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Día 2. Descubriendo Manhattan a cada paso

08 octubre 2005

Día 2. Descubriendo Manhattan a cada paso

Hay días que quedan grabados en la memoria como fotografías perfectas. El 8 de octubre de 2005 fue uno de ellos, una de esas jornadas intensas y emocionantes que definen una experiencia de viaje. Cada rincón de Nueva York guarda una historia, y este relato recoge lo que vivimos durante nuestro segundo día en esta metrópoli fascinante.

Battery Park: primer encuentro con la Dama de la Libertad #

El 8 de octubre amaneció con un cielo despejado y una temperatura ideal para caminar. Comenzamos nuestra jornada dirigiéndonos a Battery Park, ese pulmón verde situado en la punta sur de Manhattan. Desde allí, las vistas de la Estatua de la Libertad me dejaron literalmente sin palabras.

Aquel símbolo universal de libertad, aquel icono que había visto en tantas películas, estaba ahora frente a mis ojos, recortándose en el horizonte sobre las aguas del puerto. Aunque no tomamos el ferry para visitarla (lo dejamos para otro día), simplemente contemplarla desde la distancia provocó en mí una emoción difícil de describir. Es curioso cómo ciertos monumentos tienen esa capacidad de conmoverte incluso cuando ya los has visto mil veces en fotografías.

Oteando la estatua de la libertad
Oteando la estatua de la libertad

Seaport y el majestuoso puente de Brooklyn #

Continuamos nuestro recorrido hacia Seaport, una zona portuaria reconvertida en área comercial y de ocio. Este histórico distrito marítimo, también conocido como South Street Seaport, conserva un encanto especial con sus edificios restaurados de ladrillo rojo y adoquines que recuerdan a la Nueva York del siglo XIX. El ambiente marítimo se respiraba en cada rincón, con antiguos barcos atracados que ahora sirven como museos flotantes.

Recorrimos el embarcadero principal, donde el antiguo mercado Fulton ahora alberga tiendas y restaurantes. Me fascinó especialmente el Museo Marítimo, con sus exposiciones sobre la historia naval y comercial del puerto que tanta importancia tuvo para el desarrollo de la ciudad. Las vistas desde el pier 17 eran sencillamente espectaculares.

Pero lo que realmente captó mi atención fue la vista del imponente puente de Brooklyn, que se dibujaba majestuoso contra el cielo de la tarde. Este coloso de acero y cables, inaugurado en 1883 y considerado una de las obras de ingeniería más emblemáticas del mundo, parecía saludarnos a lo lejos. La estructura neogótica de sus torres y el entramado de cables suspendidos creaban una silueta inconfundible que contrastaba con los rascacielos modernos de Manhattan. Pensé en todas esas escenas cinematográficas rodadas sobre él y me prometí que antes de abandonar la ciudad, lo cruzaría caminando para admirar Manhattan desde otra perspectiva.

Admirando el puente de Brooklyn Admirando el puente de Brooklyn
Admirando el puente de Brooklyn

Wall Street: el epicentro del poder financiero #

Nuestra siguiente parada fue la zona financiera de Wall Street. El ambiente de poder y opulencia que se respiraba allí resultaba casi palpable, tan diferente a lo que estoy acostumbrado en mi día a día. Aunque era sábado, era fácil imaginar a los ejecutivos con sus trajes impecables y maletines caminando apresurados entre aquellos edificios imponentes que albergan algunas de las instituciones financieras más importantes del planeta.

La famosa estatua del toro en Bowling Green, símbolo de la prosperidad económica, se alzaba imponente y sorprendentemente accesible. Me sorprendió encontrar apenas un puñado de personas observándola, lo que me permitió acercarme tranquilamente y apreciar los detalles de esta obra de Arturo Di Modica. Tuve la suerte de poder contemplarla sin las habituales aglomeraciones que suelen describir las guías turísticas, brindándome una experiencia más íntima con este icono financiero de la ciudad.

Wall Street Wall Street
Wall Street

Un viaje multicultural: Little Italy y Chinatown #

Después nos sumergimos en los aromas y colores de Little Italy, ese enclave italiano que aunque cada vez más reducido, conserva con orgullo su identidad. Las calles Mulberry y Grand eran un festín para los sentidos. Restaurantes con terrazas exteriores exhibían manteles a cuadros rojos y blancos, mientras camareros con acento italiano invitaban a los transeúntes a degustar sus especialidades. El olor a salsa de tomate y albahaca inundaba el ambiente, mezclándose con el aroma del café espresso que servían en las pequeñas cafeterías.

Me llamó la atención la cantidad de banderas italianas que adornaban fachadas y farolas, junto con murales que representaban escenas de la vida en Italia. Varios establecimientos exhibían fotografías antiguas que mostraban cómo era el barrio décadas atrás, cuando los inmigrantes italianos comenzaron a establecerse en esta zona. Entramos en una pasticceria tradicional donde no pude resistirme a probar un auténtico cannolo siciliano mientras observaba a los ancianos locales jugando a las cartas en una esquina, ajenos al bullicio turístico.

A escasos metros, como si cruzar una calle supusiera atravesar un océano, nos adentramos en Chinatown. Canal Street marcaba la frontera entre ambos mundos, y el contraste no podía ser más radical. De repente, los rótulos pasaron a estar escritos en caracteres chinos, las farolas rojas colgaban de los cables entre edificios, y los vendedores ambulantes ofrecían frutas exóticas que ni siquiera supe identificar.

Recorrimos Mott Street, considerada el corazón de Chinatown, donde las tiendas de hierbas medicinales alternaban con joyerías que exhibían piezas de jade y supermercados con productos imposibles de encontrar en cualquier otro lugar de la ciudad. Los restaurantes tradicionales, con sus patos laqueados colgando en las ventanas y enormes vaporizadores de bambú donde cocinan los dim sum, creaban un ambiente auténticamente asiático.

En una pequeña tienda encontré curiosos amuletos de la suerte y figuras de Buda que me tentaron como souvenir, mientras en otra, un anciano practicaba caligrafía china tradicional sobre rollos de papel de arroz. El bullicio de los vendedores negociando precios, las familias chinas haciendo sus compras cotidianas y el ritmo frenético de sus calles estrechas componían un escenario fascinante.

Me sorprendió lo auténtico del barrio, nada que ver con los "chinatowns" turísticos que había visitado en otras ciudades europeas. Aquí la comunidad china vive, trabaja y mantiene sus tradiciones ajenos al turismo, lo que confiere al lugar una autenticidad conmovedora. Ver a familias enteras reunidas en torno a mesas redondas giratorias repletas de platos para compartir, me dio la sensación de estar verdaderamente en un pedazo de China en pleno Manhattan.

Little Italy y Chinatown Little Italy y Chinatown
Little Italy y Chinatown

La Zona Cero: un lugar para la reflexión #

Uno de los momentos más impactantes del día llegó cuando visitamos la Zona Cero, donde habían estado las Torres Gemelas. En ese momento era una zona vallada y en obras, un enorme agujero en el corazón de Manhattan que representaba mucho más que la ausencia de dos edificios.

Una esfera abollada que antes adornaba la plaza entre las torres, ahora instalada provisionalmente en un parque cercano, y una cruz hecha con vigas de acero rescatadas de los escombros, eran testimonios silenciosos de la tragedia ocurrida apenas cuatro años atrás. El ambiente era solemne, respetuoso. Muchos visitantes, como nosotros, observábamos en silencio, inmersos en nuestros propios pensamientos y recuerdos de aquel fatídico día que cambió el mundo.

Me impresionó la dignidad con la que los neoyorquinos habían transformado aquel espacio de horror en un lugar de memoria y esperanza. Las vallas que rodeaban el perímetro estaban cubiertas de mensajes, fotografías y ofrendas. Era imposible no sentirse conmovido.

Recuerdo a los atentados del 11-S Recuerdo a los atentados del 11-S
Recuerdo a los atentados del 11-S

Broadway: luces y magia escénica #

Para cerrar este intenso día, asistimos al musical "El violinista en el tejado" en uno de los teatros de Broadway. Qué mejor manera de culminar nuestra jornada en la ciudad que con uno de sus famosos espectáculos. La energía de los actores, la calidad de la música en directo y la puesta en escena fueron sencillamente extraordinarias.

Durante las casi tres horas que duró la función, me dejé transportar a aquella pequeña aldea rusa de principios del siglo XX, olvidando por completo que me encontraba en el corazón de Manhattan. Ese es el poder del buen teatro: hacerte viajar sin moverte de tu butaca.

Reflexiones al final del día #

Regresamos al hotel pasada la medianoche, con los pies doloridos pero el corazón pleno. En un solo día habíamos atravesado siglos de historia y medio mundo de culturas sin salir de una isla. Nueva York tiene esa capacidad de condensar universos en unos pocos kilómetros cuadrados.

Mientras me dormía, repasaba mentalmente las imágenes del día: la Estatua de la Libertad recortada contra el cielo, el bullicio de Chinatown, la solemnidad de la Zona Cero, las melodías de "El violinista en el tejado"... Apenas llevaba dos noches en la ciudad y ya sentía que me faltaría tiempo para absorberlo todo.

Nueva York es una ciudad de contrastes infinitos, donde cada día es una aventura distinta. Esta jornada nos permitió experimentar desde la solemnidad de la Zona Cero hasta la alegría de Broadway, pasando por el bullicio multicultural de sus barrios étnicos. Una metrópoli inabarcable que, sin embargo, nos acogió como si fuera nuestro hogar temporal, dejándonos recuerdos que perdurarán para siempre.

Foto de perfir de Juanjo Marcos

Juanjo Marcos

Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.

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