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Día 1. El sueño hecho realidad: camino a la Gran Manzana

07 octubre 2005

Día 1. El sueño hecho realidad: camino a la Gran Manzana

Siempre había soñado con visitar Nueva York, esa ciudad que nunca duerme, escenario de innumerables películas y series de televisión. Por fin, este octubre, ese sueño se hizo realidad. Durante seis intensos días, del 7 al 12 de octubre, tuve la oportunidad de sumergirme en el bullicio, la diversidad y la energía inagotable de la Gran Manzana.

Un viaje compartido con mi pareja y otra pareja de amigos, quienes ya conocían la ciudad y prometían ser mis guías perfectos en esta aventura, aunque finalmente me quedé con la sensación de que podríamos haber exprimido mucho más el viaje.

La expectación fue creciendo durante las semanas previas al viaje. Cada película ambientada en Nueva York, cada canción que mencionaba sus calles, alimentaba mi impaciencia. Por fin llegó el día de partir, con esa mezcla de nervios y emoción que solo los grandes viajes provocan.

Aterrizando en el epicentro del mundo #

Tras un largo vuelo con Delta Airlines, aterrizamos en el aeropuerto JFK la tarde del 7 de octubre. La emoción me embargaba mientras observaba por la ventanilla del avión el perfil de esos rascacielos que tantas veces había admirado en fotografías. Al fin estaba allí, en Nueva York, dispuesto a dejarme sorprender por cada rincón.

El trayecto desde el aeropuerto hasta Manhattan fue mi primera inmersión en el ritmo neoyorquino. Los taxis amarillos, las autopistas elevadas, los primeros rascacielos apareciendo en el horizonte... cada detalle confirmaba que había llegado a ese lugar mítico que tantas veces había imaginado. El conductor, un hombre de origen pakistaní, nos fue adelantando algunos consejos sobre la ciudad mientras sorteaba el tráfico con una habilidad que solo años de experiencia pueden dar.

Hotel Carter: ubicación privilegiada, experiencia... peculiar #

Nuestro alojamiento, el Hotel Carter, se encontraba en la calle 43, prácticamente en el corazón de Times Square. Para mí fue un descubrimiento maravilloso: su ubicación inmejorable nos permitía salir y estar inmediatamente rodeados por el frenesí de la ciudad. Mis compañeros de viaje, sin embargo, arrugaron la nariz nada más entrar y lo calificaron como "el peor hotel de su vida".

Quizás sus estándares eran diferentes a los míos, o quizás yo estaba tan deslumbrado por estar en Nueva York que cualquier detalle negativo me parecía insignificante. Al fin y al cabo, ¿quién quiere pasarse horas en la habitación del hotel cuando tienes la ciudad que nunca duerme esperándote ahí fuera? Aunque debo admitir que las habitaciones eran algo anticuadas y el ascensor parecía sacado de una película de terror de los años cincuenta, lo compensaba con creces poder salir a la calle y encontrarte directamente en el corazón palpitante de Manhattan.

Primer contacto con Times Square: un asalto a los sentidos #

Apenas dejamos las maletas, salimos a nuestro primer recorrido. El sol comenzaba a ponerse y Times Square nos recibió con ese espectáculo de luces y color que tanto había visto en fotografías, pero que ninguna imagen puede capturar completamente. Las enormes pantallas publicitarias, los edificios iluminados, las masas de gente moviéndose en todas direcciones, la música escapando de las tiendas... Todo creaba una sinfonía urbana completamente nueva para mí.

Me quedé paralizado unos instantes, absorbiendo cada detalle, cada sonido, cada movimiento. Mis amigos sonreían al ver mi reacción, recordando quizás su propia primera vez en Times Square. Es uno de esos lugares que, por mucho que hayas visto en películas o fotografías, te sobrecoge cuando finalmente lo experimentas en persona.

Cena en el corazón de la ciudad #

Para nuestra primera cena en Nueva York elegimos un restaurante cercano al hotel, uno de esos diners tradicionales americanos que siempre había querido probar. La carta era un compendio de todos los tópicos de la gastronomía estadounidense: hamburguesas del tamaño de platos, batidos imposiblemente cremosos, pasteles de todos los sabores imaginables... Optamos por probar un poco de todo, compartiendo platos entre los cuatro.

La camarera, una mujer afroamericana de mediana edad con una energía contagiosa, nos atendió con esa mezcla de eficiencia y familiaridad tan característica de los neoyorquinos. Entre bocado y bocado, planeábamos los próximos días, emocionados por todo lo que nos esperaba por descubrir.

Rendidos ante el jet lag #

A pesar de la emoción y las ganas de seguir explorando, el cansancio del viaje y el jet lag empezaron a hacer mella en nosotros. Decidimos regresar al hotel para descansar y estar preparados para el día siguiente, que prometía ser intenso.

Acostado en esa cama del Hotel Carter, escuchando el rumor constante de la ciudad a través de la ventana, me costaba conciliar el sueño. No era solo el desfase horario; era la emoción de saber que estaba en Nueva York, que por fin había cumplido ese sueño largamente acariciado. Repasaba mentalmente las imágenes del día, saboreando cada recuerdo, y me preguntaba qué sorpresas me depararía el día siguiente en esta ciudad fascinante que, apenas en unas horas, ya había empezado a conquistarme.

Mi último pensamiento antes de dormirme fue que seis días serían insuficientes para absorber todo lo que Nueva York tiene para ofrecer. Pero estaba decidido a exprimir cada minuto, cada segundo de esta aventura. Y con esa determinación, me dejé vencer por el sueño, mientras la ciudad que nunca duerme seguía latiendo, incansable, al otro lado de mi ventana.

Foto de perfir de Juanjo Marcos

Juanjo Marcos

Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.

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