Iniciar un viaje a Nueva York siempre genera esa mezcla de entusiasmo y nerviosismo que caracteriza a las grandes aventuras. Aquel 22 de mayo de 2018 no fue diferente, aunque el camino hasta la Gran Manzana resultaría ser una odisea en sí misma.
El viaje comienza en los raíles #
El despertador sonó inclemente a las 5 de la mañana. Con los ojos aún medio cerrados pero el corazón acelerado por la emoción, me preparé para iniciar mi travesía. A las 6 en punto ya estaba en la estación de Abando en Bilbao, listo para subir al Alvia con destino Barcelona.
Aunque muchos preferirían volar directamente desde Bilbao, la combinación de precios y horarios me llevó a decidirme por el tren. El trayecto es largo y a veces tedioso, pero tiene sus ventajas: la comodidad de los asientos, el espacio para estirar las piernas y la posibilidad de trabajar con el portátil durante todo el viaje. Por 53€ ida y vuelta, resultaba ser una opción más que razonable para conectar con mi vuelo internacional.
Durante las aproximadamente siete horas de trayecto, aproveché para ultimar detalles del viaje, revisar reservas y disfrutar del paisaje cambiante de la geografía española que se desplegaba tras las ventanillas.
Escala en Barcelona antes del gran salto #
A las 13:20 llegué puntual a la estación de Sants en Barcelona. Uno de los beneficios poco conocidos de viajar con Renfe en larga distancia es que incluye gratuitamente el billete de cercanías hasta tu destino final. Así que pasé por ventanilla para conseguir mi billete gratuito al aeropuerto de El Prat.
Con tiempo por delante, decidí almorzar algo ligero en los alrededores de la estación. Nada especial, solo lo suficiente para mantenerme con energía para el largo viaje que me esperaba. Sobre las 14:00 horas tomé el tren de cercanías rumbo al aeropuerto, llegando con más de tres horas de antelación para mi vuelo internacional.
Mi vuelo directo Barcelona-Nueva York con Norwegian por apenas 267€ ida y vuelta era una de esas ofertas que no se pueden dejar escapar. Las aerolíneas low-cost han revolucionado también los vuelos transatlánticos, permitiendo viajes que antes eran prohibitivos para muchos bolsillos.
Surcando el Atlántico #
El embarque transcurrió sin incidencias y finalmente, a las 18:30, el avión despegó rumbo a Estados Unidos. Las 9 horas y media de vuelo pasaron relativamente rápido entre películas, algo de lectura y breves cabezadas. La expectativa de pisar Nueva York hacía que cada minuto valiera la pena.
Aterrizamos en el aeropuerto de Newark alrededor de las 22:00 hora local. Calculaba que, con algo de suerte, llegaría a mi alojamiento antes de la medianoche.
El inesperado comité de bienvenida #
Lo que no esperaba era el recibimiento especial por parte del servicio de inmigración estadounidense. Las colas eran kilométricas, un mar de viajeros cansados esperando su turno para el control de pasaportes. Cuando finalmente llegó mi momento, me tocó un "amable" agente de origen cubano que, para mi sorpresa, me habló directamente en español.
Tras hacerme varias preguntas sobre el motivo de mi viaje y mi estancia, decidió que merecía una atención especial. Me escoltó a otra sala repleta de gente donde tuve que esperar cerca de una hora adicional para que me atendieran nuevamente. Irónicamente, este segundo interrogatorio fue mucho más breve, casi un trámite, y finalmente me permitieron entrar al país.
Pasadas las 12:30 de la madrugada, por fin pisé suelo americano como visitante oficial.
El último tramo hasta mi refugio en el Bronx #
Con el cansancio acumulado de casi 24 horas de viaje, aún me esperaba el trayecto hasta mi alojamiento. Primero un tren desde el aeropuerto y luego el metro hasta el Bronx, donde había reservado una habitación privada por Airbnb por tan solo 176€ las 8 noches, un auténtico chollo para los precios neoyorquinos.
Mi alojamiento incluía desayuno básico (leche, café y cereales) y, aunque estaba situado en el norte del Bronx, bastante alejado de Manhattan, tenía la gran ventaja de encontrarse junto a una estación de la línea 2 del metro. Esta línea me permitiría viajar directamente, sin transbordos, por Manhattan de norte a sur e incluso llegar hasta Brooklyn.
Ciertamente, el desplazamiento hasta el sur de Manhattan suponía aproximadamente una hora de trayecto, pero resultaba muy cómodo y aprovechaba para organizar mis planes del día, subir algunas fotos a Instagram o ponerme al día con las noticias en el móvil.
Finalmente, cerca de las 3 de la madrugada, llegué a mi destino. Exhausto pero emocionado, me dejé caer en la cama con la satisfacción de haber completado el primer capítulo de mi aventura neoyorquina. Había sido un viaje largo y agotador, pero sabía que todo el esfuerzo merecería la pena.
Nueva York me esperaba con sus luces, su energía y sus infinitas posibilidades. Y yo estaba listo para descubrirla, aunque primero necesitaba unas horas de sueño reparador.

Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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