La verdadera aventura neoyorquina comienza siempre tras superar el inevitable jet lag. Después de un primer día dedicado enteramente al viaje desde España, mi cuerpo aún intentaba adaptarse al cambio horario cuando el despertador sonó a las 9 de la mañana. A pesar del cansancio acumulado y de haber llegado de madrugada el día anterior, la emoción por explorar la Gran Manzana me dio el impulso necesario para comenzar el día con energía.
Desde el Bronx hasta el corazón de Manhattan #
Mi alojamiento, estratégicamente ubicado cerca de la estación de metro Nereid Av en la línea 2, me permitía experimentar una cara menos turística de Nueva York. Aunque implicaba un trayecto de aproximadamente una hora hasta Manhattan, la relación calidad-precio y la oportunidad de vivir la ciudad como un local compensaban con creces. El metro neoyorquino, con su particular encanto caótico, se convirtió en mi aliado para esta jornada maratoniana.
Mi primer destino no podía ser otro que Times Square, epicentro turístico por excelencia y punto de partida perfecto para redescubrir la ciudad que había visitado por última vez en 2005. Necesitaba ese choque inicial de luces, sonidos y multitudes para sentir que realmente estaba en Nueva York.
Times Square: El mismo asombro trece años después #
Lo primero que captó mi atención fueron las icónicas gradas rojas que ahora dominan parte de la plaza. Estas escaleras, conocidas como TKTS Booth y construidas en 2008, fueron diseñadas por los arquitectos Perkins Eastman y se han convertido en uno de los puntos más fotografiados de la zona. Además de servir como punto de venta de entradas para espectáculos de Broadway con descuento, ofrecen un mirador perfecto para contemplar el frenético ritmo de la plaza.
A pesar de los cambios, Times Square mantiene esa esencia tan particularmente suya: un ambiente tan sorprendente como artificial, donde las pantallas gigantes compiten por nuestra atención y los personajes disfrazados intentan conseguir una propina a cambio de una foto. La sensación de estar en el centro neurálgico del entretenimiento mundial persiste, aunque compartida con hordas de turistas que, como yo, buscan capturar ese momento icónico.




Bryant Park y la majestuosa Biblioteca Pública de Nueva York #
Mi siguiente destino fue Bryant Park, un remanso de paz en medio del bullicio urbano. Este parque, ubicado entre la Quinta y Sexta Avenida, ofrece un espacio verde donde neoyorquinos y visitantes disfrutan de un momento de tranquilidad. En primavera, sus jardines bien cuidados y las mesas dispersas invitan a tomar un café o simplemente descansar contemplando los rascacielos que lo rodean.


Adyacente al parque se encuentra uno de los tesoros arquitectónicos de la ciudad: la Biblioteca Pública de Nueva York. El edificio principal, conocido como Stephen A. Schwarzman Building e inaugurado en 1911, es una auténtica joya del estilo Beaux-Arts. Atravesar sus puertas es transportarse a una época donde el conocimiento se veneraba con mármoles y maderas nobles.
La Sala de Lectura Rose, con su impresionante techo artesonado y sus lámparas de mesa de latón, me dejó sin palabras. El silencio reverencial que se respira contrasta con el caos exterior, creando una experiencia casi mística. Cada rincón de este edificio transpira historia y sabiduría, desde sus escalinatas de mármol hasta los famosos leones que custodian su entrada, bautizados como "Paciencia" y "Fortaleza".




Grand Central Terminal: Un viaje en el tiempo #
Continuando mi recorrido, llegué hasta Grand Central Terminal, otra de las joyas arquitectónicas de la ciudad. Esta estación, inaugurada en 1913, es mucho más que un nudo de comunicaciones; es un monumento al esplendor de una época. El vestíbulo principal, con su impresionante techo abovedado decorado con constelaciones, me dejó completamente maravillado.
Resulta imposible no recordar las numerosas escenas cinematográficas rodadas aquí: desde "North by Northwest" de Hitchcock hasta "Los Vengadores". Me detuve unos minutos en el reloj de cuatro caras situado sobre el puesto de información, punto de encuentro por excelencia para los neoyorquinos desde hace generaciones. El bullicio organizado de viajeros, turistas y locales que se cruzan bajo esa cúpula estrellada tiene algo hipnótico que invita a quedarse y observar.




El glamour art déco: Chrysler Building y otros tesoros arquitectónicos #
Callejeando sin rumbo fijo, me encontré frente al emblemático Chrysler Building. Aunque no se puede subir a su mirador, tuve la oportunidad de visitar su impresionante vestíbulo, una auténtica obra maestra del estilo art déco. Los tonos dorados, los murales del techo y los detalles en madera y mármol transportan al visitante a la opulencia de los años 20. Este edificio, brevemente el más alto del mundo hasta la construcción del Empire State, sigue siendo para muchos el rascacielos más elegante de Nueva York.


Durante mi paseo, también pude observar de cerca el edificio de las Naciones Unidas, cuya sede principal destaca por su arquitectura modernista. Su fachada de vidrio refleja el East River, creando un efecto visual impactante que simboliza la transparencia que debería caracterizar a esta institución internacional.


El teleférico a Roosevelt Island: Una perspectiva diferente #
Uno de los momentos más especiales del día llegó al subir al teleférico que conecta Manhattan con Roosevelt Island. Este medio de transporte, inaugurado en 1976 y renovado en 2010, ofrece una experiencia única por apenas el precio de un billete de metro. Durante los escasos cuatro minutos que dura el trayecto, las vistas panorámicas de Manhattan y Queens son simplemente espectaculares.
La estructura roja del teleférico, que parece sacada de una película futurista, se desliza a 75 metros de altura permitiendo contemplar el río East, el puente de Queensboro y el perfil de los rascacielos desde un ángulo privilegiado. Es, sin duda, uno de los secretos mejor guardados para conseguir fotografías excepcionales de la ciudad.



Roosevelt Island: Tranquilidad en medio del caos #
Roosevelt Island merece mucho más reconocimiento del que habitualmente recibe en las guías turísticas. Esta estrecha isla de apenas 3 kilómetros de longitud ofrece un respiro del ritmo frenético de Manhattan. Entre sus principales atractivos destaca el Franklin D. Roosevelt Four Freedoms Park, ubicado en su extremo sur, un memorial diseñado por el arquitecto Louis Kahn que rinde homenaje al presidente Roosevelt con líneas limpias y minimalistas.
También resulta interesante visitar los restos del Smallpox Hospital, un edificio neogótico en ruinas que funcionó como hospital para enfermos de viruela en el siglo XIX. Su estructura parcialmente conservada, declarada monumento histórico, tiene un aire misterioso que contrasta con los modernos edificios residenciales que predominan en la isla.
El faro del extremo norte, construido en 1872, es otro punto de interés que ofrece bonitas vistas del Hell Gate, el estrecho pasaje del East River. Un paseo por el paseo marítimo que rodea la isla permite disfrutar de perspectivas únicas de la ciudad desde un entorno sorprendentemente tranquilo.






De Union Square a los puentes icónicos #
Para salir de Roosevelt Island opté por el metro y me dirigí hacia Union Square, una de las plazas más vibrantes de la ciudad. Sin embargo, mi objetivo principal para la tarde estaba claro: experimentar los famosos puentes de Nueva York. Me encaminé hacia el puente de Brooklyn, una estructura que en mi anterior visita a la ciudad en 2005 había visto solo desde lejos porque mis compañeros de viaje no se animaron a cruzarlo.
Puente de Brooklyn: Una travesía pendiente #
Caminar sobre las tablas de madera del paseo peatonal del puente de Brooklyn, con sus característicos cables suspendidos y sus icónicas torres de piedra y arcos neogóticos, fue una experiencia casi religiosa para un amante de la arquitectura. Inaugurado en 1883 y considerado una maravilla de la ingeniería de su época, este puente sigue siendo uno de los símbolos indiscutibles de Nueva York.
Es cierto que la masificación turística interfiere un poco en la experiencia, con ciclistas esquivando a peatones distraídos que intentan conseguir la foto perfecta. Sin embargo, las vistas del skyline de Manhattan, de la Estatua de la Libertad a lo lejos y del puerto son simplemente impresionantes. Cada paso sobre este coloso histórico es un viaje en el tiempo que conecta con la esencia misma de la ciudad.




DUMBO y el puente de Manhattan: Arquitectura e inesperadas vueltas #
Una vez en Brooklyn, me adentré en DUMBO (Down Under the Manhattan Bridge Overpass), un antiguo distrito industrial reconvertido en uno de los barrios más trendy de la ciudad. Desde allí, divisé el puente de Manhattan, otra joya arquitectónica menos conocida pero igualmente impresionante. Construido en 1909, su estilo difiere del de Brooklyn, con un diseño más funcional que estético, aunque no por ello menos majestuoso.
Con la intención de capturar fotografías del puente de Brooklyn desde otra perspectiva, comencé a cruzar el puente de Manhattan y, casi sin darme cuenta, me encontré de nuevo en el lado de Manhattan, admirando la espectacular Manhattan Bridge Arch and Colonnade, un arco triunfal de inspiración clásica que sirve como portal monumental al puente.






La puesta de sol desde DUMBO: El broche de oro #
Al percatarme de que había vuelto al punto de partida cuando lo que quería era estar en Brooklyn para contemplar la puesta de sol, tomé rápidamente el metro de vuelta. Llegar a tiempo para ver el atardecer desde DUMBO se convirtió en mi misión prioritaria, y afortunadamente lo conseguí.
DUMBO, con sus calles adoquinadas, antiguos almacenes reconvertidos en lofts de lujo y galerías de arte, tiene un encanto especial. Pero lo que realmente hace único a este barrio son sus vistas. Desde la intersección de Washington Street, se obtiene quizás la postal más icónica de la ciudad: el puente de Manhattan enmarcando el Empire State Building, con los edificios de ladrillo rojo a ambos lados creando un efecto túnel.
El Brooklyn Bridge Park, que se extiende a lo largo de la orilla del río, ofrece probablemente las mejores vistas panorámicas de Manhattan. Ver cómo el sol se pone tras los rascacielos, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rojizos, mientras las luces de los edificios comienzan a encenderse, es un espectáculo que ninguna fotografía puede capturar completamente. Cuando la oscuridad cayó por completo y los rascacielos se convirtieron en constelaciones verticales de luz, tuve la certeza de estar presenciando uno de los paisajes urbanos más impresionantes del planeta.







Regreso y reflexiones #
Sobre las 21:30, con los pies cansados pero el espíritu completamente renovado, tomé el metro de regreso a mi alojamiento. El largo trayecto de vuelta me permitió reflexionar sobre la intensidad del día, las maravillas arquitectónicas que había contemplado y cómo, a pesar de los cambios, Nueva York mantiene esa energía única que la hace incomparable.
En un solo día había experimentado múltiples caras de la ciudad: desde la ostentación de Times Square hasta la serenidad de Roosevelt Island, desde la elegancia clásica de la Biblioteca Pública hasta la modernidad industrial de DUMBO. Y, sobre todo, había cumplido el sueño pendiente de cruzar el puente de Brooklyn, cerrando un círculo abierto trece años atrás.
Mientras el metro avanzaba hacia el Bronx, ya empezaba a planificar mentalmente el siguiente día de aventuras en esta ciudad que, como dice la canción, nunca duerme y donde cada calle esconde una nueva historia que descubrir.

Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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