La planificación es esencial cuando viajas a París, especialmente si quieres mostrar la ciudad a personas que nunca han estado allí. Por eso, tras nuestra llegada la noche anterior, decidimos comenzar nuestro primer día completo con una parada estratégica en el supermercado del barrio.
No hay nada como sentirse local, aunque sea por unos minutos, mientras llenas el carrito con pan fresco, quesos, embutidos y fruta. Esta parada nos permitiría no solo preparar cenas tranquilas en nuestro apartamento, sino también tener todo listo para los bocadillos que necesitaríamos al día siguiente en nuestra visita a Disneyland Paris.
El inicio perfecto en Trocadero #
Hay muchas formas de presentar París a alguien que nunca ha estado en la ciudad, pero después de numerosas visitas, estoy convencido de que no hay mejor manera que empezar por Trocadero. La combinación de metro y RER nos llevó hasta allí, y la anticipación crecía mientras subíamos las escaleras de la estación. Sabía lo que estaba por venir, y la emoción de ver las reacciones de mis primos me hacía sonreír incluso antes de llegar a la superficie.
La Plaza del Trocadero y el Palais de Chaillot son testigos de la evolución arquitectónica de París. El actual palacio, inaugurado para la Exposición Internacional de París de 1937, reemplazó al antiguo Palacio del Trocadero de 1878. El edificio, diseñado por los arquitectos Boileau, Carlu y Azéma, representa el estilo modernista francés de los años 30, con sus características alas curvas que abrazan la explanada. El conjunto incluye varios museos: el Museo Nacional de la Marina, el Museo del Hombre y el Museo Nacional de los Monumentos Franceses. Las enormes estatuas doradas que adornan la explanada, obra de múltiples escultores, representan alegorías que simbolizan virtudes y conceptos abstractos, añadiendo un toque de dramatismo clásico a este espacio modernista. Pero lo verdaderamente mágico es ese momento en que emerges de las escaleras y, de repente, toda la magnificencia de París se despliega ante tus ojos: la Torre Eiffel se alza majestuosa sobre el Campo de Marte, con los jardines del Trocadero descendiendo en cascada hacia ella.
La reacción de mis primos fue exactamente la que esperaba: una mezcla de asombro y emoción que se tradujo en infinidad de fotos y exclamaciones de sorpresa. Pasamos cerca de una hora en este lugar, disfrutando de las vistas desde diferentes ángulos y esquivando hábilmente a los vendedores ambulantes que, hay que decirlo, pueden llegar a ser bastante insistentes con sus torres Eiffel en miniatura y llaveros.




La Torre Eiffel a nuestros pies #
Descendimos por los jardines del Trocadero hacia la Torre Eiffel, una caminata que permite apreciar gradualmente la verdadera magnitud de esta estructura de hierro que ha definido el paisaje parisino durante más de 130 años. La historia de la torre es fascinante: construida entre 1887 y 1889 para la Exposición Universal, fue diseñada por el ingeniero Gustave Eiffel y sus colaboradores Maurice Koechlin y Émile Nouguier. Con sus 324 metros de altura, mantuvo el récord del edificio más alto del mundo hasta 1930, cuando fue superada por el Chrysler Building de Nueva York.
La construcción fue una hazaña de ingeniería para su época: se utilizaron 18.038 piezas de hierro forjado, unidas por 2.5 millones de remaches. Los cálculos matemáticos para su diseño fueron tan precisos que la desviación máxima de la torre por efecto del viento es de apenas 12 centímetros. Aunque en esta ocasión decidimos no subir, tanto por presupuesto como por tiempo, el simple hecho de caminar bajo sus patas y mirar hacia arriba es una experiencia que nunca deja de impresionar.
La estructura, que muchos parisinos consideraron inicialmente una monstruosidad temporal (incluso escritores como Guy de Maupassant protestaron firmemente contra su construcción), ahora es el símbolo indiscutible de la ciudad. Curiosamente, la torre debía ser desmontada después de 20 años, pero su utilidad para las comunicaciones radiofónicas la salvó de este destino. Hoy, además de ser el monumento de pago más visitado del mundo, sigue siendo una importante estación de radiodifusión y televisión. y, personalmente, cada vez que la veo descubro nuevos detalles en su intrincada red de vigas y remaches.




El Campo de Marte: Un paseo por la historia #
Nuestro recorrido continuó por el Campo de Marte, ese extenso parque que se extiende desde la Torre Eiffel. Este espacio, que originalmente servía como campo de entrenamiento militar (de ahí su nombre), es hoy un lugar donde parisinos y turistas se mezclan en perfecta armonía. En primavera, como era nuestro caso, los árboles en flor y los jardines cuidadosamente mantenidos crean un ambiente perfecto para una caminata tranquila.
Los Jardines de Luxemburgo: Mi refugio parisino #
Tras un viaje en metro, llegamos a uno de mis lugares favoritos en toda la ciudad: los Jardines de Luxemburgo. Creados en 1612 por deseo de María de Médici, que quería recrear los jardines de su Florencia natal, este espacio de 23 hectáreas es mi definición personal del paraíso urbano. Compramos unos crêpes en una de las pequeñas cabañas que bordean el jardín y nos sentamos en las características sillas verdes metálicas, esas que los parisinos mueven constantemente buscando el sol o la sombra según la época del año.
Ver pasar la vida en los Jardines de Luxemburgo es un espectáculo en sí mismo: parejas de ancianos jugando al ajedrez, estudiantes de la Sorbona repasando sus apuntes, niños empujando sus pequeños veleros en el estanque central, artistas dibujando o pintando en sus cuadernos... Todo bajo la atenta mirada del Palacio de Luxemburgo, actual sede del Senado francés. En cada visita a París, dedico al menos unas horas a este lugar, donde el tiempo parece fluir de manera diferente.


El Barrio Latino: Entre el conocimiento y la fe #
Dejando atrás la paz de los jardines, nos dirigimos hacia el Panteón, ese imponente edificio neoclásico que domina la colina de Sainte-Geneviève. Su historia refleja los cambios políticos y sociales de Francia: construido entre 1764 y 1790 por el arquitecto Jacques-Germain Soufflot, fue originalmente concebido como una iglesia dedicada a Santa Genoveva, patrona de París. La Revolución Francesa transformó su destino, convirtiéndolo en un mausoleo para los "grandes hombres" de la nación.
El edificio es un ejemplo magistral de la arquitectura neoclásica, con su impresionante cúpula triple que alcanza los 83 metros de altura. En su interior, el péndulo de Foucault, instalado en 1851, permitió demostrar la rotación de la Tierra. La decoración interior incluye pinturas murales que narran episodios de la historia francesa y la vida de Santa Genoveva. Hoy es el lugar de descanso de algunas de las figuras más ilustres de Francia. Bajo su majestuosa cúpula reposan personajes como Victor Hugo, Marie Curie, Voltaire, y más recientemente, Simone Veil.
A pocos pasos, encontramos la Iglesia de Saint-Étienne-du-Mont, una joya arquitectónica que a menudo pasa desapercibida para muchos visitantes. Este templo, que mezcla elementos góticos y renacentistas, alberga una pieza única en París: su jubé, una elegante tribuna de piedra que separa el coro de la nave. También aquí se conservan las reliquias de Santa Genoveva, lo que la convierte en un importante lugar de peregrinación.


De la Sorbona a Notre-Dame #
Nuestro paseo nos llevó junto a los muros de la Sorbona, fundada en 1257 por Robert de Sorbon y una de las universidades más antiguas y prestigiosas de Europa. La fachada actual, obra del arquitecto Jacques Lemercier, data del siglo XVII y es un excelente ejemplo del estilo barroco francés. Llegamos hasta la Fontaine Saint-Michel, una monumental fuente del Segundo Imperio diseñada por Gabriel Davioud en 1860, punto de encuentro tradicional de estudiantes y viajeros.
Desde allí, cruzamos el Sena para contemplar la evolución de las obras de restauración de Notre-Dame. La catedral, obra maestra del gótico francés iniciada en 1163 y completada en 1345, es un testimonio de la evolución de la arquitectura medieval. Sus características más notables incluyen los arbotantes (que fueron una innovación revolucionaria en su época), las gárgolas, los rosetones y las dos torres de 69 metros de altura. La aguja original, obra de Eugène Viollet-le-Duc en el siglo XIX, se perdió en el devastador incendio del 15 de abril de 2019, pero está siendo reconstruida siguiendo los planos originales. Ver la catedral en proceso de recuperación es una experiencia agridulce, pero también esperanzadora.
La Sainte-Chapelle, construida entre 1242 y 1248 por orden de Luis IX para albergar reliquias sagradas, incluyendo la Corona de Espinas, representa la cumbre del gótico radiante. Sus impresionantes vidrieras, que cubren una superficie de 670 metros cuadrados, narran 1.113 escenas bíblicas en un espectáculo de luz y color sin igual. La capilla alta, con sus muros casi completamente acristalados sostenidos por delgados pilares, es una proeza arquitectónica que desafía la gravedad.
La Conciergerie, por su parte, es el vestigio más antiguo del antiguo Palacio Real de la Île de la Cité, primera residencia de los reyes de Francia hasta el siglo XIV. Su impresionante Sala de los Guardias y la Sala de los Hombres de Armas son ejemplos magníficos del gótico civil. Durante la Revolución Francesa, el edificio se convirtió en la principal prisión de París, donde María Antonieta y muchos otros pasaron sus últimos días antes de ser guillotinados. Estos edificios, junto con Notre-Dame, completan el extraordinario conjunto histórico de la Île de la Cité. El Pont Neuf, el puente más antiguo de París que, irónicamente, se llama "Puente Nuevo", nos ofreció unas vistas inolvidables del Sena y sus orillas.


Las alturas de París: De la Ópera a Montmartre #
Un nuevo viaje en metro nos llevó hasta la Ópera Garnier, ese palacio de la música que inspiró "El Fantasma de la Ópera". Construida entre 1861 y 1875 por el arquitecto Charles Garnier, es el ejemplo más espectacular del estilo Napoleón III. El edificio es una explosión de opulencia: mármoles policromados, columnas de granito rojo, estatuas doradas y una escalera monumental que parece diseñada para que la alta sociedad parisina se luciera tanto como los artistas.
La sala principal, con su famoso techo pintado por Marc Chagall en 1964, puede acoger a 2.000 espectadores. El punto más misterioso del edificio es su lago subterráneo, un depósito de agua que ayuda a distribuir el peso del edificio sobre el terreno pantanoso y que alimentó las leyendas sobre el fantasma de la ópera. Su arquitectura ecléctica y lujosa es el testimonio perfecto del París del Segundo Imperio, cuando la ciudad se transformaba bajo la dirección del Barón Haussmann. A pocos pasos, las Galerías Lafayette Haussmann nos recibieron con su impresionante cúpula art nouveau y, sobre todo, con su terraza, que ofrece una de las mejores vistas gratuitas de París. Desde allí, la ciudad se extiende en todas direcciones, con sus característicos tejados de zinc y sus chimeneas que parecen sacadas de una película de Mary Poppins.


Pero el día aún no había terminado. Montmartre nos esperaba, y aunque las piernas ya empezaban a notar el cansancio, la promesa de las vistas desde la Basílica del Sacré-Cœur nos dio fuerzas para continuar. Este antiguo pueblo, ahora parte de París, mantiene su espíritu bohemio en la Place du Tertre, donde los artistas siguen instalando sus caballetes como lo han hecho durante generaciones.
La Basílica del Sacré-Cœur, construida entre 1875 y 1914, es un ejemplo único de arquitectura románico-bizantina en París. Su construcción fue votada por la Asamblea Nacional como un acto de penitencia tras la derrota en la guerra franco-prusiana y la Comuna de París. El arquitecto Paul Abadie se inspiró en iglesias románicas y bizantinas para crear este edificio singular, que se eleva a 83 metros sobre la colina de Montmartre.
La basílica está construida con piedra calcárea de Château-Landon, que tiene la peculiaridad de secretar calcita cuando entra en contacto con el agua de lluvia. Este proceso químico natural hace que el edificio se mantenga blanco a pesar de la contaminación, un fenómeno conocido como "autoblanqueamiento". El interior alberga uno de los mosaicos más grandes de Francia, que decora el ábside con una representación de Cristo en Majestad. La cúpula ofrece una de las vistas más espectaculares de París, y en días claros la visibilidad alcanza hasta 30 kilómetros.
Después de visitar la basílica, nos unimos a la multitud que tradicionalmente se sienta en las amplias escaleras que descienden hacia la ciudad. Es una costumbre tan parisina como el propio monumento: locales y turistas compartiendo este espacio informal para descansar, charlar y contemplar las vistas. Sacamos los refrescos y snacks que, previsores, habíamos comprado por la mañana, y nos tomamos un merecido descanso mientras observábamos el ir y venir de la gente. Las escaleras del Sacré-Cœur son como un anfiteatro natural donde se desarrolla un espectáculo continuo: músicos callejeros, vendedores ambulantes ofreciendo desde agua hasta pequeñas torres Eiffel, parejas haciéndose fotos y grupos de amigos compartiendo picnics improvisados. Todo esto con el telón de fondo de una vista panorámica de París que justifica por sí sola la subida a Montmartre. Las vistas desde sus escaleras son, simplemente, espectaculares, especialmente cuando el sol comienza a ponerse sobre la ciudad.



El París nocturno y un molino sin aspas #
Bajando hacia el Pigalle, pasamos por el famoso Muro de los Te Amo, aunque desafortunadamente la plaza estaba cerrada y no pudimos acercarnos tanto como hubiéramos querido. El barrio, antiguo corazón del París más canalla, se ha ido gentrificando en los últimos años, aunque mantiene ese aire picante que lo ha hecho famoso.
Y entonces llegamos al Moulin Rouge, aunque nos encontramos con una imagen insólita: el famoso molino rojo estaba sin sus características aspas, que habían caído víctimas de un fuerte temporal unos meses antes. Ver el molino "desarmado" fue casi surrealista, como si París nos estuviera recordando que incluso sus iconos más perdurables están sujetos a los caprichos del tiempo y la naturaleza.
El broche de oro: La Torre Eiffel iluminada #
Después de una cena rápida, tomamos un autobús para nuestro último objetivo del día: ver la Torre Eiffel iluminada. Si por el día la torre es impresionante, por la noche se convierte en algo mágico. Cada hora, durante cinco minutos, miles de luces parpadean creando un espectáculo que, por muy turístico que sea, nunca deja de emocionar. Ver las caras de asombro de mis primos, iluminadas por el destello de las luces, fue el final perfecto para un día intenso pero inolvidable.
El regreso al apartamento fue silencioso, con ese cansancio satisfecho de quien sabe que ha aprovechado cada minuto del día. París es una ciudad que necesita tiempo para ser descubierta, pero incluso en una jornada intensa como esta, puede revelar muchas de sus maravillas a quien está dispuesto a caminar sus calles con los ojos y el corazón abiertos.

Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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