Había llegado el momento temido y esperado a la vez: el día del regreso. Ocho días después de mi llegada, era hora de despedirme de Shanghai y comenzar el viaje de vuelta a Bilbao. Pero antes de dejar atrás esta aventura, me esperaba una última experiencia tecnológica que sería el broche de oro perfecto para un viaje lleno de contrastes y sorpresas.
La mañana de las despedidas #
El despertador sonó temprano en el Hotel Zhao An por última vez. La mochila, que había llegado llena de expectativas, ahora partía cargada de recuerdos, souvenirs del mercado subterráneo (incluyendo mi tablet de dudosa calidad) y miles de fotografías digitales que documentaban cada momento de mi aventura shanghaína.
Mientras recogía mis pertenencias, eché un último vistazo por la ventana del hotel. Shanghai seguía despertándose con su ritmo frenético habitual, ajena a que para mí este era el final de una historia. Los sonidos familiares de la ciudad —el tráfico, las voces en mandarín, la vida urbana en constante movimiento— pronto serían solo un recuerdo.
El tren magnético: una despedida futurista #
Pero Shanghai tenía guardada una última sorpresa para mí: el viaje al aeropuerto en el tren magnético (Maglev), una experiencia que en sí misma justificaría un viaje a la ciudad.
El Shanghai Maglev, construido con tecnología alemana Transrapid, era en 2010 el primer tren de levitación magnética comercial del mundo y el más rápido en servicio regular. Con una velocidad máxima operativa de 431 km/h, era capaz de alcanzar esas velocidades estratosféricas, convirtiendo los 30 kilómetros entre la estación de Longyang Road y el Aeropuerto Internacional de Pudong en un trayecto de solo 8 minutos.
La experiencia de subir al Maglev es como entrar en el futuro. El tren no tiene ruedas; literalmente flota sobre las vías utilizando campos magnéticos. El interior es moderno, limpio y cómodo, similar al de un avión, con asientos espaciosos y aire acondicionado. Una pantalla LCD muestra constantemente la velocidad actual del tren, y verla escalar hasta los 431 km/h es hipnótico.
Volando sin despegar #
El tren puede alcanzar 300 km/h en 2 minutos y 15 segundos, mientras que la velocidad máxima histórica operativa de 431 km/h se podía alcanzar después de 4 minutos. La sensación es indescriptible: no hay el ruido típico de las ruedas sobre rieles, no hay vibraciones, no hay la sensación habitual del transporte ferroviario. Es como volar a ras de suelo.
El paisaje pasa como una mancha borrosa por las ventanas. Shanghai se difumina en una secuencia rápida de edificios, autopistas, construcciones y cielo. Es imposible enfocar la vista en algo específico debido a la velocidad, pero esa misma velocidad es lo que hace la experiencia tan emocionante.
En esos 8 minutos, el Maglev no era solo un medio de transporte; era una declaración de intenciones de China sobre su futuro tecnológico. Era la demostración perfecta de que Shanghai no solo aspiraba a ser una gran ciudad, sino la ciudad del mañana.
El aeropuerto y las complicaciones #
Llegué al Aeropuerto Internacional de Pudong con tiempo de sobra, pero el destino tenía preparado un último desafío para mi aventura shanghaína.
El vuelo salió con retraso. Y no un retraso menor: lo suficiente como para que no llegara a tiempo de coger mi vuelo de conexión de las 18:25 de París a Bilbao. Cuando aterricé en Charles de Gaulle, mi vuelo ya había despegado.
Por un momento pensé que me tocaría hacer noche en París, con todos los inconvenientes y gastos adicionales que eso conllevaría. Pero increíblemente, había aún otro vuelo a Bilbao desde París a las 21:00, y la compañía aérea me buscó hueco en ese vuelo. Fue como un pequeño milagro de la logística aérea que me permitió llegar a Bilbao esa misma noche del 27 de octubre.
El aterrizaje: de vuelta a la realidad #
Cuando el avión tocó tierra en el aeropuerto de Bilbao, la sensación fue agridulce. Por un lado, la alegría del regreso a casa, de volver a lo familiar, a lo conocido. Por otro lado, la melancolía de dejar atrás una aventura extraordinaria.
El contraste era dramático. De los 23 millones de habitantes de Shanghai a la escala humana de Bilbao. De los caracteres chinos a nuestro euskera y español familiares. De los rascacielos futuristas a nuestras colinas verdes. De la humedad asiática al aire fresco del Cantábrico.

Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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