Despertamos con energías renovadas, dispuestos a dedicar la jornada completa a explorar Angulema. Esta ciudad, capital del departamento de Charente, es conocida internacionalmente como la "Capital del Cómic" o "Ciudad de la Imagen", gracias a su prestigioso Festival Internacional del Cómic que se celebra cada enero desde 1974.
Angulema posee un encanto particular. Su casco histórico, ubicado sobre una meseta caliza, está rodeado por restos de murallas del siglo XIII que ofrecen magníficas vistas panorámicas sobre el valle del Charente. Paseando por sus calles empedradas, uno puede admirar edificios religiosos de diferentes épocas, desde el románico hasta el neogótico, siendo la Catedral de San Pedro el ejemplo más destacado, con su impresionante fachada esculpida.
Pero lo que realmente distingue a Angulema de otras ciudades históricas francesas es su relación con el noveno arte. Esta identidad se materializa en más de una veintena de murales gigantes que decoran fachadas de edificios por toda la ciudad, recreando escenas de cómics famosos o rindiendo homenaje a grandes autores. Formando el llamado "Recorrido de las Murallas Pintadas", estas obras convierten las calles de Angulema en una galería de arte al aire libre.
Tras un desayuno reparador, iniciamos nuestra ruta bajando hacia la zona del río. El descenso por las callejuelas escalonadas nos regaló perspectivas encantadoras de la ciudad y del valle. A media mañana llegamos al que sería uno de los puntos culminantes de nuestro viaje: el Museo del Cómic (Cité Internationale de la Bande Dessinée et de l'Image).


La cité de la bande dessinée: un viaje por el noveno arte #
El museo se encuentra ubicado en un antiguo almacén de vinos rehabilitado, a orillas del río Charente. El edificio en sí mismo ya merece atención: una estructura industrial del siglo XX que ha sido magistralmente reconvertida para alojar este templo del cómic, manteniendo elementos originales como vigas de hierro y amplios ventanales que inundan de luz natural las exposiciones.
Nada más entrar, nos sumergimos en un fascinante recorrido por la historia y evolución del cómic a nivel mundial. La exposición permanente alberga más de 8.000 planchas originales y una biblioteca con más de 40.000 álbumes. El museo está organizado cronológicamente, comenzando por los precursores del cómic de finales del siglo XIX como Rodolphe Töpffer, Wilhelm Busch y Georges Colomb, mostrando cómo estos pioneros sentaron las bases de lo que hoy conocemos como historieta.
A lo largo de varias salas temáticas, pudimos apreciar desde los pioneros del cómic hasta las tendencias más contemporáneas, pasando por la escuela franco-belga, el manga japonés y el cómic estadounidense. La sección dedicada a la edad de oro del cómic franco-belga me resultó particularmente nostálgica, con vitrinas mostrando originales de "Astérix" de Goscinny y Uderzo, "Las aventuras de Tintín" de Hergé, y "Spirou y Fantasio" de Franquin. Cada plancha original permitía apreciar detalles del proceso creativo que no son visibles en las publicaciones impresas: trazos a lápiz, correcciones, anotaciones al margen...
Una sala especialmente interesante estaba dedicada a la evolución tecnológica del medio, desde las técnicas tradicionales de entintado hasta la coloración digital moderna, pasando por las innovaciones en impresión que revolucionaron la industria. Los paneles explicativos, afortunadamente con traducciones al inglés y español, contextualizaban perfectamente cada período y sus avances técnicos.
Resultaba evidente la seriedad con la que Francia trata este medio artístico, elevándolo a la categoría de patrimonio cultural. Me sorprendió especialmente la sección dedicada al cómic como herramienta educativa y de concienciación social, mostrando cómo historietistas de diferentes épocas han utilizado el medio para abordar temas como la guerra, la desigualdad o los derechos humanos.
Para los cinco, la visita fue un auténtico deleite, aunque debo reconocer que, siendo yo el mayor aficionado al cómic del grupo, probablemente disfruté la experiencia con mayor intensidad que mis compañeros. Aun así, todos nos sorprendimos reconociendo personajes de nuestra infancia, descubriendo autores desconocidos y admirando el meticuloso trabajo artístico detrás de cada viñeta. Las dos horas previstas se alargaron considerablemente entre mis entusiastas explicaciones sobre estilos y técnicas, y los debates sobre nuestros personajes favoritos de la infancia.


Un recuerdo indeleble: mi aventura lingüística en la tienda del museo #
Al finalizar el recorrido, como no podía ser de otra manera, terminamos en la tienda del museo. Un espacio que para cualquier aficionado al cómic resulta peligrosamente tentador. Estanterías repletas de álbumes, figuritas de personajes icónicos, material de dibujo especializado y, lo que captó inmediatamente mi atención, una selección de pósters de portadas clásicas del cómic europeo.
Fue entonces cuando decidí que debía llevarme un recuerdo tangible de esta visita. Dos láminas de arte en particular me cautivaron: una que representaba una escena urbana fantástica con edificios de arquitectura detallada y una calle bulliciosa con un automóvil clásico rojo, y otra con una escena de ciencia ficción espacial donde varios personajes pelirrojos aparecen en lo que parece ser una nave espacial, con un planeta y una luna como fondo. Ambas ilustraciones destacaban por su colorido y nivel de detalle, representando perfectamente la riqueza visual del cómic franco-belga.
Lo que parecía una simple compra se convirtió en toda una aventura comunicativa. El joven dependiente solo hablaba francés, un idioma del que yo apenas conocía los saludos básicos. Comencé señalando los pósters, utilizando mi limitado inglés y, cuando esto resultó insuficiente, recurrí al castellano acompañado de una expresiva gesticulación que habría hecho las delicias de cualquier historietista de humor.
A pesar de la barrera idiomática, el dependiente mostró una paciencia y amabilidad extraordinarias. Con una sonrisa permanente en el rostro, intentaba adivinar mis preferencias y me explicaba detalles sobre las obras que yo pretendía fingir entender asintiendo con entusiasmo. Finalmente, tras un intercambio de palabras sueltas, gestos y risas compartidas, conseguí mis preciados pósters, cuidadosamente enrollados en un tubo protector.
Esta pequeña anécdota, lejos de ser un inconveniente, añadió un toque humano y memorable a nuestra visita. Estas láminas no solo representaban el fascinante mundo del cómic europeo, sino también aquel momento de conexión humana donde la comunicación trascendió el lenguaje formal. Hoy, enmarcadas en las paredes de mi casa en Bilbao, tal como se puede apreciar en la fotografía, me recuerdan no solo la riqueza artística de Angulema, sino también cómo el arte puede tender puentes entre personas de diferentes culturas e idiomas.
Las murallas pintadas: cuando la ciudad se convierte en cómic #
Tras un almuerzo en una encantadora plaza del centro, continuamos nuestra exploración urbana siguiendo el itinerario de las murallas pintadas. A cada giro de esquina aparecía una nueva sorpresa: enormes frescos que representaban fragmentos de historietas famosas, integrados con maestría en la arquitectura local.
El recorrido oficial incluye más de 24 murales, algunos de ellos verdaderamente espectaculares tanto por su tamaño como por su ejecución técnica. Lo fascinante es cómo estos murales se integran en el entorno urbano, aprovechando características arquitectónicas específicas de cada edificio para crear ilusiones ópticas o jugar con la perspectiva. Los artistas han logrado que sus creaciones dialoguen con el espacio urbano, convirtiendo fachadas ciegas o medianeras en lienzos narrativos.
Particularmente memorable resultó el mural dedicado a Corto Maltés, el marinero aventurero creado por Hugo Pratt, que parecía observar la ciudad desde su privilegiada posición. Con su característica gorra de capitán y mirada melancólica, el personaje parece formar parte del skyline de la ciudad, como un vigilante eterno. La forma en que los artistas capturaron la esencia del trazo inconfundible de Pratt, trasladándolo a gran escala sin perder la sutileza de las líneas, es sencillamente magistral.
También nos cautivaron las representaciones de personajes de la escuela franco-belga como Blake y Mortimer, o Tintín. El mural de "Los cigarros del faraón" reproduce una escena completa de la aventura egipcia del reportero belga, con un nivel de detalle y fidelidad al estilo de línea clara de Hergé que resulta asombroso considerando las dimensiones de la obra.
Con el paso de las horas, el juego de buscar estos tesoros artísticos se convirtió en una actividad tan divertida como educativa. Cada mural venía acompañado de un pequeño panel informativo que contextualizaba la obra y el autor, creando un recorrido didáctico por la historia del cómic. Para quienes no estén familiarizados con el noveno arte, estas explicaciones resultan fundamentales para apreciar plenamente el valor cultural de las obras.
El sol primaveral y un cielo despejado acompañaron nuestro paseo, añadiendo un plus de disfrute a la experiencia. El contraste entre el patrimonio arquitectónico medieval y renacentista de Angulema con estas expresiones artísticas contemporáneas creaba una atmósfera única, un diálogo entre pasado y presente que hacía de cada rincón un descubrimiento interesante.




Notre-Dame d'Obézine: serenidad al atardecer #
Culminamos nuestra intensa jornada en la zona de la iglesia de Notre-Dame d'Obézine, una joya del románico charentés. Su fachada profusamente decorada con arcadas y esculturas nos transportó a los tiempos medievales. Este templo del siglo XII, también conocido como iglesia de Saint-André, constituye uno de los ejemplos más importantes del románico en la región de Poitou-Charentes.
La fachada occidental es una auténtica biblia en piedra, con sus tres registros de arcadas superpuestas decoradas con esculturas que narran historias bíblicas. Destaca el tímpano central, donde podemos apreciar una representación del Juicio Final con un Cristo en Majestad rodeado de los símbolos de los cuatro evangelistas. Las columnas que sostienen los arcos están decoradas con figuras de santos y apóstoles, talladas con un estilo que muestra la transición entre el románico y los primeros indicios del gótico.
El interior, austero pero imponente, nos acogió con la paz característica de estos espacios sagrados. La nave central, de gran altura, está cubierta por una bóveda de cañón reforzada por arcos fajones que descansan sobre columnas adosadas. La luz, filtrada a través de estrechos ventanales, creaba una atmósfera recogida que invitaba a la contemplación. Algunos capiteles conservan interesantes esculturas con motivos vegetales y figuras mitológicas, testigos silenciosos de la maestría de los canteros medievales.
Desde la plaza frente a la iglesia, con la luz del atardecer tiñendo de tonos cálidos la piedra, contemplamos cómo la ciudad iba encendiendo sus luces. Fue un momento perfecto para hacer balance de todo lo visto y experimentado durante el día. Angulema había superado nuestras expectativas, revelándose como una ciudad con múltiples capas de lectura: histórica, artística, gastronómica y, sobre todo, humana.
Con los pósters del museo cuidadosamente guardados en mi mochila y la cámara llena de fotografías, sentía que llevaba conmigo no solo objetos físicos sino también una nueva apreciación por este arte que tantas veces ha sido injustamente considerado menor. Angulema, con su manera de integrar el cómic en su identidad urbana, demuestra que las fronteras entre las distintas expresiones artísticas son cada vez más difusas, y que una viñeta puede contener tanta profundidad y belleza como un lienzo en un museo tradicional.

Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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