Hay edificios que pasan desapercibidos precisamente por estar en los lugares más transitados. El Palau Moja, en la esquina de la calle Portaferrissa con la Rambla, es uno de esos gigantes discretos que millones de turistas rozan cada año sin prestarle mayor atención. Detrás de su sobria fachada neoclásica se esconde un palacio del siglo XVIII con un gran salón completamente cubierto de pinturas murales que narran la supuesta historia épica de un linaje nobiliario, una capilla donde Jacint Verdaguer celebraba misa diaria, y los restos de un jardín con vistas sobre la Rambla. Durante el Open House Barcelona, este edificio que normalmente alberga oficinas de la Generalitat abre sus puertas para revelar cómo vivía la alta burguesía barcelonesa en el tránsito entre el barroco y el neoclasicismo.
Una marquesa decidida en una ciudad en transformación #
Para entender el Palau Moja hay que situarse en la Barcelona de 1774, una ciudad que estaba viviendo una transformación urbana radical. La Rambla, ese paseo que hoy es el más emblemático de Barcelona, no era entonces más que una riera, un arroyo sucio y fangoso que apenas comenzaba a urbanizarse. Las murallas medievales que habían protegido la ciudad durante siglos empezaban a derribarse, abriéndose paso a una nueva Barcelona que miraba hacia fuera del recinto amurallado.
En ese contexto de cambio y oportunidad, Maria Lluïsa Descatllar, marquesa de Cartellà, decidió construir un palacio en un solar que había heredado de su familia. El emplazamiento era estratégico: ocupaba el lugar donde se alzaba una de las torres de la Porta Ferrissa, la puerta de hierro que daba acceso al recinto amurallado por la Rambla. Era un solar privilegiado, en la frontera entre la vieja ciudad medieval y la nueva que emergía.
Maria Lluïsa estaba casada desde 1758 con Josep de Copons i d'Oms, cuarto marqués de Moja. En junio de 1776 solicitó al municipio el permiso de obras para construir su casa, un proyecto que ya había propuesto su padre años antes sin éxito. Esta vez la autorización fue concedida, y la construcción del palacio arrancó en 1774, concluyéndose diez años después, en 1784.
Josep Mas: el arquitecto de la sobriedad ilustrada #
Para el proyecto, los marqueses contrataron a Josep Mas i Dordal, uno de los arquitectos más representativos del siglo XVIII catalán. Mas era el mismo arquitecto responsable de otras construcciones importantes de la época como la Basílica de la Mercè, la iglesia de Sant Vicenç de Sarrià, la ampliación del Palau Episcopal de Barcelona, o la loggia del fondo del jardín del Palau Moja, construida en 1856 por Antoni Rovira i Trias.
El estilo que Mas imprimió al Palau Moja refleja perfectamente el momento de transición estética en el que fue concebido. Combina elementos del barroco tardío con influencias del neoclasicismo francés que comenzaba a dominar la arquitectura europea. El resultado es un edificio de líneas sobrias, con pocos elementos ornamentales, pero con numerosas ventanas y balcones que proporcionan abundante luz natural al interior.
La fachada principal, curiosamente, no da a la Rambla sino a la calle Portaferrissa. Y no es casualidad: en el momento de la construcción, la calle Portaferrissa era la arteria principal del barrio, mientras que la Rambla todavía era ese arroyo maloliente que apenas empezaba a transformarse en paseo urbano. Solo sobre la puerta de entrada destaca tímidamente uno de los pocos elementos decorativos: la figura de un león, símbolo de la nobleza y del poder.
Los plafones entre balcones de los muros exteriores, que ahora vemos prácticamente desnudos, estaban originalmente decorados con pinturas alegóricas de estilo barroco obra de Francesc Pla "el Vigatà", el mismo autor de las espectaculares pinturas del gran salón interior. En la fachada de Portaferrissa todavía se pueden ver los restos de las figuras principales recuperadas durante la restauración del palacio.
El gran salón del Vigatà: una epopeya familiar inventada #
Si hay un espacio que define el Palau Moja, ese es sin duda el Gran Salón. Se trata de una estancia de planta cuadrada y tres pisos de altura, con grandes ventanales que dan a la Rambla. Todas las paredes y el techo están completamente recubiertos de pinturas murales al fresco obra de Francesc Pla, conocido con el sobrenombre de "el Vigatà", el mismo pintor que había trabajado en el Palau Savassona del Ateneu Barcelonès.
Estas pinturas fueron realizadas en 1791 y constituyen un programa iconográfico fascinante. Representan escenas que supuestamente acreditan la larga historia del linaje de los Cartellà y sus hechos de armas. Las leyendas familiares remontaban sus orígenes hasta hace mil años, con la toma de Girona por Carlomagno, quien supuestamente los nombró nobles, los primeros de Cataluña.
Las pinturas están realizadas principalmente en grisalla, es decir, en tonos de gris, blanco y negro, lo que contrasta dramáticamente con las partes en color formadas por ornamentos florales, ángeles y otros pequeños personajes. Los antepasados aparecen retratados con la realeza y la nobleza de otras épocas, transformándose en protagonistas de grandes gestas memorables. Todas las escenas están enmarcadas en recuadros que remarcan la importancia de cada momento histórico.
El detalle irónico es que todas estas escenas son inventadas. No se ha encontrado documentación que permita identificar ninguna de ellas con hechos históricos reales. El programa decorativo del Gran Salón es, en realidad, una construcción mítica, una forma de legitimar y enaltecer el linaje familiar mediante la creación de un pasado glorioso. Y muy probablemente fue la propia marquesa de Cartellà quien ideó este programa decorativo, dado que las escenas refuerzan los orígenes de su linaje y fue ella, ya viuda, quien hizo todo el seguimiento de la obra hasta 1791.
Hay que contextualizarlo: en el mismo momento en que se construía el Palau Moja en la Rambla, el virrey del Perú se estaba construyendo su palacio en la misma zona, y March, un nuevo rico de Reus, intentaba entrar en la nobleza. Se puede entender así la intención de la decoración del gran salón como una potente reivindicación del estatus social de los Moja frente a estos advenedizos.
También cabe destacar el uso constante de un recurso muy propio del barroco más escenográfico: los numerosos trampantojos que generan profundidad y texturas diferentes en cada rincón. El artista se adapta perfectamente a la arquitectura existente, como se observa en los techos y en el piso superior del Gran Salón, que cuenta con una esplendorosa galería rodeada de balcones y ventanas que aportan luz natural a esta estancia de grandes dimensiones. Algunas de las puertas son falsas y otras conducen a dependencias menores. Durante las celebraciones, los balcones a menudo eran ocupados por músicos o niños.
La capilla y la presencia de Jacint Verdaguer #
Adjunta al Gran Salón se encuentra la capilla dedicada a la Mare de Déu de la Mercè, también decorada con pinturas de Francesc Pla "el Vigatà". El techo está trabajado con el mismo esmero que el salón principal, y la estancia cuenta con un óculo en la parte superior a modo de ventana que le aporta luz natural.
Esta capilla adquirió especial relevancia en la historia del palacio cuando, tras la compra del edificio por el marqués de Comillas en 1870, Jacint Verdaguer se instaló en el palacio como capellán de la familia. Mosén Cinto, como era conocido cariñosamente, vivió aquí durante quince años como cura de la familia y limosnero, celebrando misa diaria en esta capilla.
La presencia de Verdaguer, uno de los poetas más importantes de la literatura catalana, añade una capa adicional de interés histórico al palacio. El hombre que escribió "L'Atlàntida" y "Canigó", que fue figura clave del renacimiento cultural catalán, habitó estas estancias y rezó en esta capilla durante una parte significativa de su vida.
La escalera de honor: la llegada del marqués de Comillas #
La familia Moja habitó el palacio durante casi cien años, hasta que Josepa de Sarriera i Copons, último miembro de los Moja y Cartellà, murió sin descendencia en 1865. En su testamento dejó una cláusula importante: quien comprara el palacio debía comprometerse a mantenerlo sin grandes modificaciones y a preservar las pinturas del salón del Vigatà.
Sus herederos alquilaron el palacio a Fomento de la Producción Nacional, hasta que en 1870 lo compró Antonio López i López, que sería nombrado marqués de Comillas. Este empresario destacado de la época se había enriquecido enormemente comerciando con Cuba, con el monopolio del transporte marítimo de soldados y, según diversas fuentes, también con el tráfico ilegal de esclavos cuando esta práctica ya estaba prohibida. La polémica estatua que tenía en la plaza de su mismo nombre fue retirada en 2018 por el Ayuntamiento de Barcelona por este motivo y ahora se conserva en los almacenes del Museo de Historia de la Ciudad.
El marqués de Comillas se instaló en el Palau Moja en 1875 y encargó una importante reforma a Joan Martorell, arquitecto del Palacio de Sobrellano. Los rasgos más característicos de esta renovación son la espectacular escalera principal de mármol que arranca del vestíbulo del patio, y la incorporación de los salones Azul, Rosa y Verde.
La escalera es una auténtica joya: no se ve desde el exterior porque arranca del vestíbulo del patio, pero no hay duda de que vale la pena subirla. Un perro de piedra la guarda en el primer rellano y un espectacular atlante aguanta con sus manos la lámpara principal. Los salones añadidos reflejan el gusto burgués de finales del siglo XIX, más recargado y ecléctico que la sobriedad neoclásica original.
Durante esta etapa, el edificio no se ocupó únicamente como residencia familiar, sino también como despacho de trabajo, ya que el marqués de Comillas dirigía la Compañía Transatlántica, una gran empresa naviera con la que había amasado su fortuna. Las oficinas de la compañía se instalaron en el segundo piso.
Los Güell y la conexión con cuatro palacios #
Después de la muerte del marqués de Comillas en 1883, el Palau Moja pasó a manos de su hija, Lluïsa Isabel López, casada con el empresario Eusebi Güell. Esta conexión matrimonial vincula el Palau Moja con una historia fascinante: la de los cuatro palacios que la familia Güell habitó en la Rambla antes de construir el definitivo Palau Güell obra de Gaudí.
La historia, investigada por el crítico e historiador del arte Josep Casamartina, explica cómo el matrimonio entre Eusebi Güell e Isabel López unió dos de las fortunas más importantes de la Barcelona del siglo XIX. El palacio que los padres de Isabel, los marqueses de Comillas, habían adquirido era el Palau Moja, y fue uno de los eslabones de esta cadena de residencias señoriales en la Rambla que culminó con la obra maestra de Gaudí.
En 1930, durante la propiedad de los Güell, se abrieron los porches que vemos actualmente en la planta baja del palacio. Esta intervención permitía ensanchar las aceras para el paso de los viandantes, pero también extraer partido económico alquilando los bajos como comercios, una práctica habitual en la época.
El jardín perdido y el incendio de 1971 #
La fachada norte del palacio daba originalmente a un gran jardín situado a nivel de la planta noble. Al fondo de este jardín, el arquitecto Antoni Rovira i Trias construyó en 1856 una loggia de terracota con grandes columnas corintias, un remate arquitectónico espectacular para este oasis verde en pleno centro de la ciudad.
Este jardín era uno de los tesoros del Palau Moja, un espacio donde la familia podía disfrutar de la naturaleza sin abandonar su residencia urbana. Pero como tantos otros jardines privados de Barcelona, fue amputado para construir sobre él. En este caso, para edificar los almacenes del Sepu, un golpe terrible al patrimonio arquitectónico y paisajístico del palacio.
El periodista Sempronio, en un artículo publicado en La Vanguardia en 1982, comentaba: "Se ha dado por descontado que el palacio Moya aspiraba a competir con el de la Virreina. ¡Estupenda emulación entre señores! Más justamente entre damas, pues las enfrentadas habrían sido la señora Amat, la virreina, i la marquesa de Moya i de Cartellà. Ambos edificios pertenecen al barroco tardío, penetrado ya por el retorno al clasicismo. Arquitectura, en el caso de los Moya, suntuosa aunque austera."
Tras un largo periodo de abandono durante el cual el palacio sufrió dos incendios, el más grave en 1971, el edificio quedó abandonado durante once años. Fue un periodo oscuro en el que este patrimonio extraordinario estuvo a punto de perderse definitivamente. La visión del palacio abandonado y quemado debió ser desoladora para quienes conocían su esplendor original.
La rehabilitación de 1984 y la nueva vida como sede institucional #
En 1984 se emprendió una importante rehabilitación que salvó el palacio del olvido. El edificio fue adaptado como sede de la Dirección General del Patrimonio Cultural de la Generalitat de Catalunya, un destino irónico y apropiado: el palacio que alberga la institución encargada de proteger el patrimonio cultural catalán es, en sí mismo, una pieza fundamental de ese patrimonio.
La rehabilitación implicó trabajos de consolidación estructural, recuperación de las pinturas de Francesc Pla, restauración de los elementos decorativos originales, y adaptación de los espacios para uso administrativo. El Centro de Restauración de Bienes Muebles de Catalunya realizó un análisis exhaustivo del estado de todos los bienes muebles del inmueble, priorizando intervenciones puntuales de conservación y restauración, especialmente la restitución de las pinturas murales, un trabajo muy preciso para evitar la pérdida de la policromía.
También se estableció una planificación de periodos fijos para el mantenimiento de conservación preventiva regular, clave para proteger este patrimonio a largo plazo. Gracias a estas intervenciones, el Gran Salón del Vigatà ha recuperado buena parte de su esplendor original, aunque las heridas del abandono y los incendios siguen siendo visibles en algunos puntos.
Actualmente, los bajos del palacio albergan el Espai Moja, un centro de promoción del patrimonio catalán, una oficina de información turística y una cafetería. La Dirección General del Patrimonio Cultural organiza visitas guiadas gratuitas el segundo y cuarto fin de semana de cada mes, que requieren reserva previa y se agotan rápidamente.
La experiencia Open House: acceso excepcional a la planta noble #
Durante el Open House Barcelona, el Palau Moja ofrece algo que en otras épocas del año resulta complicado: acceso sin necesidad de reserva previa a la planta noble del palacio. Las visitas son guiadas y recorren los espacios más emblemáticos del edificio.
El recorrido comienza en el patio del Palau Moja, ese espacio de entrada característico de los palacios urbanos catalanes. Desde allí se accede a la planta noble a través de la escalera de honor de mármol diseñada por Joan Martorell, con su perro guardián en el primer rellano y el atlante que sostiene la lámpara principal.
Una vez en la planta principal, el recorrido se adentra en el Gran Salón, el espacio que justifica por sí solo la visita. Contemplar esas pinturas de Francesc Pla cubriendo cada centímetro de paredes y techo, con sus escenas épicas en grisalla y sus ornamentos florales en color, produce una impresión difícil de olvidar. Los guías explican el programa iconográfico, desentrañando las supuestas hazañas del linaje de los Cartellà y contextualizando la función social que estas pinturas cumplían: legitimar y enaltecer a la familia propietaria.
También se visita la capilla de la Mare de Déu de la Mercè, donde Jacint Verdaguer celebraba misa diaria. Es un espacio recogido, íntimo, que contrasta con la grandilocuencia del salón principal. Las pinturas del techo, también obra del Vigatà, muestran el mismo dominio técnico pero con una temática religiosa apropiada al espacio.
Dependiendo del día y la disponibilidad, a veces se puede acceder a los restos del antiguo jardín, ese oasis con vistas impresionantes sobre la Rambla que sobrevivió parcialmente a la construcción de los almacenes del Sepu. Es un momento especial de la visita: salir al exterior y contemplar la Rambla desde la altura, viendo el río humano que fluye abajo sin ser visto.
Los guías suelen explicar también cómo era la vida en el palacio en el siglo XVIII, diferenciando los espacios nobles de los destinados al servicio. Si hubieras nacido hace doscientos años y tu familia se dedicara al comercio de telas de indianas, o fueras carpintero o pintor, no entrarías por la puerta grande del palacio ni subirías por la escalera de honor. Lo harías por una puerta pequeña y subirías hasta el segundo piso donde vivía el servicio, un nutrido grupo de niños, gente joven y gente mayor que trabajaban como cocineras, limpiadoras, mozos de establo. En las caballerizas del patio había caballos, cerdos y vacas.
Un curioso inventario de 1790 describe una por una todas las estancias del palacio y los bienes que contenía. En la planta noble: piezas de ropa de lujo, cortinas, mesitas decoradas, chocolateras para las fiestas, relojes, cuadros. En las plantas del servicio: un universo paralelo de funcionalidad y trabajo constante.
La puerta que no mira a la Rambla #
Una de las preguntas que más sorprende a los visitantes es: ¿por qué la puerta principal del Palau Moja da a la calle Portaferrissa y no a la Rambla? La respuesta nos transporta a esa Barcelona de finales del siglo XVIII que estaba definiéndose urbanísticamente.
Cuando se construyó el palacio, la Rambla todavía era una riera, un arroyo que solo empezaba a urbanizarse. La calle Portaferrissa, en cambio, era una de las arterias principales del barrio, con tráfico constante de carruajes y peatones. Orientar la entrada principal hacia Portaferrissa era la decisión lógica: significaba abrirse a la ciudad consolidada, no a un futuro incierto.
Con el tiempo, la situación se invirtió completamente. La Rambla se convirtió en el paseo más emblemático de Barcelona, mientras que Portaferrissa quedó como una calle comercial secundaria. Pero el palacio ya estaba construido, y su entrada principal seguía mirando hacia lo que había sido el centro de la vida urbana en 1774.
Esta anécdota arquitectónica es un recordatorio de que los edificios hablan de su tiempo, y que las decisiones que parecían obvias en su momento pueden resultar paradójicas siglos después. El Palau Moja, con su puerta dando la espalda a la Rambla, es testimonio de una Barcelona que ya no existe, de una configuración urbana que fue transformándose hasta dar lugar a la ciudad que conocemos.
Información práctica para la visita #
El Palau Moja se encuentra en la calle Portaferrissa número 1, haciendo esquina con la Rambla. La estación de metro más cercana es Liceu, en la línea 3. Desde allí son apenas dos minutos caminando.
Durante el Open House, las visitas son guiadas y no requieren inscripción previa, aunque hay que estar atento porque el aforo es limitado. Los horarios varían según la edición del festival, por lo que conviene consultar la programación oficial. El edificio está en plena Rambla, en una zona siempre muy concurrida, lo que puede significar colas considerables.
Fuera del Open House, la Dirección General del Patrimonio Cultural organiza visitas guiadas gratuitas el segundo y cuarto fin de semana de cada mes. Es necesario reservar previamente rellenando un formulario en línea. Las visitas tienen un aforo máximo de 25 personas y una duración aproximada de 60 minutos. Se realizan en catalán y castellano.
El palacio es accesible para personas con movilidad reducida y dispone de taburetes plegables para museos y servicio de bucles magnéticos individuales para personas con audífonos. Se permite hacer fotografías sin flash, pero no grabaciones durante el desarrollo de la visita.
¿Por qué visitar el Palau Moja? #
Este palacio ofrece algo que escasea en Barcelona: la posibilidad de contemplar un interior aristocrático del siglo XVIII prácticamente intacto en sus espacios nobles. El Gran Salón del Vigatà es una obra maestra de la pintura mural catalana, comparable en calidad a los grandes frescos barrocos europeos. La escala del espacio, con sus tres pisos de altura completamente cubiertos de pinturas, produce un impacto visual difícil de igualar.
Pero más allá del valor artístico, el Palau Moja cuenta una historia fascinante sobre cómo se construía la identidad nobiliaria en el siglo XVIII mediante la invención de un pasado glorioso. Esas pinturas que pretenden documentar mil años de hazañas familiares son, en realidad, pura ficción, una mitología al servicio de la legitimación social. Es un ejemplo perfecto de cómo el arte servía a propósitos muy concretos de representación del poder.
La conexión con personajes históricos como Jacint Verdaguer, el marqués de Comillas, Eusebi Güell, añade capas de interés. Este palacio fue hogar de algunas de las familias más poderosas de la Barcelona del siglo XIX, fue escenario de decisiones empresariales que movían fortunas, fue refugio espiritual de uno de los poetas más importantes de la literatura catalana.
Y luego está esa historia de supervivencia: el abandono, los incendios, el rescate in extremis. El palacio que ahora alberga la Dirección General del Patrimonio Cultural estuvo a punto de perderse para siempre. Su restauración y apertura al público es, en sí misma, una pequeña victoria del patrimonio sobre la desidia.
Para cualquier persona interesada en la historia de Barcelona, en el arte barroco, en la vida de la aristocracia del siglo XVIII, o simplemente en edificios hermosos que han sobrevivido contra todo pronóstico, el Palau Moja es una visita imprescindible. Es uno de esos lugares que te recuerdan que Barcelona no es solo Gaudí y modernismo, que la ciudad tiene capas y capas de historia que merecen ser descubiertas.
Y todo eso, milagrosamente, sigue ahí, en la esquina más transitada de la ciudad, esperando a que crucemos su puerta y descubramos el palacio que una marquesa decidida construyó sobre la muralla medieval cuando la Rambla todavía era un arroyo.

Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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