Amanecí con ese cosquilleo especial que solo los primeros días de un gran viaje provocan. Tras el aterrizaje nocturno del día anterior en Keflavík y una breve parada en Reykjavík, por fin comenzaba nuestra verdadera aventura islandesa.
El plan para este primer día era ambicioso pero perfectamente calculado: recorrer los tres puntos emblemáticos que conforman el famoso Círculo Dorado (Golden Circle): Þingvellir, Geysir y Gullfoss. Un recorrido que cualquier viajero que se precie debe completar en su primera visita a la isla, aunque los más puristas lo consideren demasiado turístico.
El despertar en tierras vikingas #
El desayuno fue frugal pero energético, pues sabíamos que nos esperaba una jornada intensa. El cielo amenazaba con esa característica luz gris perla que en Islandia puede significar cualquier cosa: desde un día radiante hasta una tormenta apocalíptica. Agosto es, teóricamente, uno de los mejores meses para visitar la isla, pero aquí la meteorología tiene siempre la última palabra, y conviene estar preparado para cualquier eventualidad climática.
Salimos temprano de Reykjavík, tomando la Ruta 1 en dirección este. El paisaje comenzó a transformarse ante nuestros ojos: los edificios de la capital fueron dando paso a vastas extensiones de campos de lava cubiertos de musgo, formaciones volcánicas y, de vez en cuando, alguna que otra granja solitaria que parecía sacada de un cuento nórdico. Es fascinante cómo en apenas media hora de conducción, uno puede sentir que ha viajado a otro planeta.
Þingvellir: donde la historia y la geología bailan juntas #
Nuestra primera parada no podía ser otra que el Parque Nacional de Þingvellir (pronunciado aproximadamente como "Thingvetlir"), un lugar que encierra tanto valor histórico como geológico. Aquí, en el año 930, se estableció el primer parlamento democrático del mundo, el Althing, donde los jefes vikingos se reunían para establecer leyes y resolver disputas. Pero además de su importancia histórica, Þingvellir es una maravilla geológica: se encuentra exactamente en la fisura que separa las placas tectónicas norteamericana y euroasiática, que se alejan unos centímetros cada año.
Nada más aparcar, comprendimos por qué este lugar está en todas las rutas turísticas. Las pasarelas de madera que serpentean entre las fallas geológicas estaban repletas de visitantes de todas las nacionalidades. Como bien habíamos anticipado, el Círculo Dorado es la zona más concurrida de toda Islandia, especialmente en agosto. Sin embargo, basta con alejarse un poco de los senderos principales para encontrar rincones de increíble belleza y relativa tranquilidad.



La inmensidad del valle que se extiende ante nuestros ojos resultaba sobrecogedora. Caminamos por la falla principal, Almannagjá, sintiendo literalmente cómo se separan dos continentes bajo nuestros pies. El agua cristalina que fluye por las grietas del terreno, procedente del deshielo del glaciar Langjökull, crea pequeños arroyos y lagunas de un azul intenso, como la famosa Silfra, donde los más aventureros pueden bucear entre las dos placas tectónicas.
Dedicamos casi tres horas a recorrer los diferentes senderos del parque, algunos tan accesibles que incluso permiten el paso de sillas de ruedas. La diversidad de perspectivas que ofrece cada ángulo del parque es simplemente asombrosa: desde las vistas panorámicas del valle desde lo alto de la falla americana, hasta los rincones más íntimos entre cascadas y arroyos. Cada paso revelaba un nuevo detalle del peculiar ecosistema que ha florecido en este entorno geológicamente activo.




Gullfoss: la fuerza imparable del agua #
Después de Þingvellir, continuamos nuestro camino hacia la siguiente joya del Círculo Dorado: la cascada de Gullfoss (literalmente, "Cascada Dorada"). A medida que nos aproximábamos, el bramido del agua comenzaba a intensificarse, aunque la cascada permanecía oculta a la vista hasta casi el último momento.
Y de repente, allí estaba. Gullfoss se precipita en dos saltos espectaculares, formando un ángulo de 90 grados antes de desaparecer en una profunda grieta. El volumen de agua que arrastra, procedente del río Hvítá (alimentado a su vez por el glaciar Langjökull), es simplemente abrumador. En los días soleados, la bruma que genera la cascada crea arcoíris permanentes sobre el abismo, aunque en nuestro caso, el cielo seguía manteniendo ese tono gris plata tan característico de Islandia.
Existen varios miradores para contemplar Gullfoss, y vale la pena recorrerlos todos. La perspectiva cambia completamente según te sitúes en la parte superior de la cascada o te acerques a la plataforma inferior, donde la bruma te empapa por completo y el rugido del agua resulta ensordecedor. Hay momentos en los que la naturaleza te recuerda lo insignificante que eres, y este es definitivamente uno de ellos.
Una placa conmemorativa recuerda la figura de Sigríður Tómasdóttir, una mujer local que a principios del siglo XX luchó incansablemente contra los planes de construir una central hidroeléctrica que habría destruido la cascada. Gracias a su determinación, hoy podemos disfrutar de Gullfoss en todo su esplendor salvaje. Estas pequeñas historias son las que dan profundidad a los lugares que visitamos, más allá de su belleza evidente.






Geysir: el espectáculo geotérmico #
Continuando con nuestro recorrido, llegamos a la zona geotérmica de Geysir, ubicada en el valle de Haukadalur, a poca distancia de Gullfoss. Este área ha dado nombre a todos los géiseres del mundo, ya que "Geysir" (el géiser original de la zona) es la fuente etimológica de esta palabra internacionalmente reconocida.
Aunque el Geysir original está prácticamente inactivo en la actualidad, su vecino Strokkur mantiene el espectáculo con erupciones regulares cada 5-10 minutos. Nada más llegar, nos unimos al grupo de visitantes que esperaban pacientemente alrededor del géiser, cámaras en mano. La expectación se podía palpar en el ambiente: primero, la superficie del agua comienza a burbujear, formando una cúpula azulada, y segundos después, una columna de agua hirviendo sale disparada hacia el cielo, alcanzando entre 15 y 20 metros de altura.
A pesar de saber exactamente qué iba a ocurrir, cada erupción arrancaba exclamaciones de asombro entre los presentes. Hay algo primitivamente fascinante en contemplar cómo la energía contenida en las entrañas de la tierra se libera de forma tan espectacular. Tras presenciar varias erupciones (y lograr algunas fotografías decentes después de varios intentos), nos dedicamos a explorar el resto del campo geotérmico.
Todo el valle está salpicado de fumarolas, pequeñas piscinas de agua hirviendo y barro burbujeante. Los colores del terreno, que van desde el naranja oxidado hasta el azul turquesa de algunos pozos, crean un paisaje surrealista que parece sacado de otro planeta. El olor a azufre impregna el ambiente, recordándonos que estamos caminando sobre una de las zonas volcánicamente más activas del planeta.




El cráter Kerid: la joya escondida #
Antes de finalizar nuestra ruta del Círculo Dorado, decidimos hacer una parada que no suele figurar en los itinerarios turísticos más convencionales, pero que resultó ser una de las sorpresas más agradables del día: el cráter Kerid. Situado junto a la carretera 35, este cráter volcánico perfectamente formado se encuentra algo apartado del circuito tradicional, lo que explica que reciba menos visitantes que los puntos anteriores.
A diferencia de los demás atractivos del Círculo Dorado, Kerid es de los pocos lugares donde tuvimos que pagar una pequeña tarifa de entrada (un par de euros por persona), pero puedo asegurar que cada céntimo valió la pena. El cráter, formado hace unos 3.000 años tras el colapso de un cono volcánico que se quedó sin magma, presenta una forma ovalada casi perfecta.
Lo que hace verdaderamente especial a Kerid es el contraste de colores: las paredes rojizas y anaranjadas del cráter, compuestas principalmente por roca volcánica porosa, rodean un lago de aguas de un azul turquesa intenso que ocupa el fondo. La profundidad del cráter (unos 55 metros) y su diámetro de unos 170 metros crean una sensación de intimidad y recogimiento que no habíamos experimentado en ningún otro punto del día.
Un sendero bien acondicionado permite recorrer todo el borde superior del cráter, ofreciendo vistas panorámicas impresionantes desde cualquier ángulo. Para los más aventureros, existe también un camino que desciende hasta la orilla del lago, donde el silencio solo es interrumpido por el ocasional graznido de algún ave acuática o el murmullo del viento.
Mientras recorríamos el perímetro, recordé que este lugar tiene también su relevancia cultural: la excéntrica cantante islandesa Björk eligió este cráter para ofrecer un concierto íntimo a principios de los años 90, aprovechando la acústica natural del lugar. Me resultó fácil imaginar una actuación musical en este escenario natural, donde la voz flotaría sobre las aguas calmas del lago creando una experiencia casi mística.
La visita a Kerid nos llevó aproximadamente una hora, incluyendo el descenso hasta el lago, y supuso un contraste perfecto con el resto de atracciones del día. Mientras que Þingvellir, Gullfoss y Geysir son monumentales y espectaculares, Kerid ofrece una belleza más contenida e íntima, casi secreta, que invita a la contemplación pausada.




El descanso merecido en Selfoss #
Con la última luz del día, pusimos rumbo a nuestro alojamiento para esa noche: el Húsid Guesthouse, en la localidad de Selfoss. Tras un día tan intenso, el ambiente acogedor de esta casa de huéspedes era justo lo que necesitábamos.
Selfoss, aunque es la ciudad más grande del sur de Islandia, mantiene ese encanto de pueblo pequeño que caracteriza a las poblaciones islandesas. Su ubicación estratégica la convierte en una excelente base para explorar tanto el Círculo Dorado como la costa sur de la isla, que sería nuestro destino para el día siguiente.
Con las piernas cansadas pero el espíritu renovado, nos retiramos temprano. Al día siguiente nos esperaba la espectacular costa sur, con sus playas de arena negra, glaciares y cascadas. Pero esa, como diría un buen narrador, es otra historia que merece su propio capítulo.
Nota para el viajero: El Círculo Dorado puede completarse en un solo día desde Reykjavík, pero recomiendo encarecidamente dedicarle tiempo suficiente a cada parada para apreciarlas en profundidad. Si viajáis en temporada alta (junio-agosto), intentad llegar temprano a los puntos de interés para evitar las aglomeraciones de los tours organizados que suelen llegar a media mañana.

Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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