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Islandia: conclusiones finales

Diez días recorriendo Islandia: una experiencia que te cambia la perspectiva

Islandia: conclusiones finales

Hace apenas unas semanas que regresé de lo que puedo considerar sin lugar a dudas como uno de los viajes más impactantes de mi vida. Islandia, ese pequeño país situado en el extremo norte de Europa, ha conseguido cautivarme de una manera que no esperaba.

La naturaleza en estado puro #

Si tuviera que definir Islandia en una sola palabra, sería "alucinante". Nunca antes había contemplado paisajes tan impresionantes y variados en un espacio geográfico relativamente pequeño. Lo que hace único a este país es precisamente esa diversidad paisajística que te permite experimentar entornos completamente distintos en cuestión de horas de conducción.

Los desiertos de lava negra se extienden hasta donde alcanza la vista, creando un escenario casi lunar que te hace sentir en otro planeta. El contraste con los imponentes glaciares, que descienden lentamente desde las montañas, crea una dicotomía visual difícil de asimilar. Es como si la naturaleza hubiera decidido jugar con los elementos más opuestos para crear una obra de arte en constante evolución.

Las cataratas merecen mención aparte. Desde la imponente Gullfoss hasta la cinematográfica Skógafoss, estos saltos de agua te dejan sin palabras. El sonido ensordecedor del agua precipitándose, la neblina que se forma al chocar contra las rocas y ese arcoíris perpetuo que aparece en los días soleados crean una experiencia sensorial completa que ninguna fotografía puede capturar en su totalidad.

Pueblos que desafían lo convencional #

Otra de las grandes sorpresas del viaje fue descubrir que los asentamientos humanos en Islandia rompen por completo con la estructura urbana a la que estamos acostumbrados en el sur de Europa. Olvidaos de esos pueblos con plaza central, ayuntamiento, iglesia y calles que se expanden de manera concéntrica.

Los pueblos islandeses parecen seguir una lógica distinta, más pragmática y menos estética. Las casas se distribuyen de manera dispersa, siguiendo patrones que probablemente respondan más a necesidades climáticas y geográficas que a convenciones urbanísticas. En muchos casos me recordaron más a esos pueblos que vemos en las películas americanas: construcciones funcionales, a menudo separadas entre sí, con grandes espacios abiertos y sin un centro histórico definido.

Esta dispersión hace que a veces sea difícil identificar dónde empieza y dónde termina un pueblo. No hay esa transición gradual entre lo urbano y lo rural a la que estamos acostumbrados. Simplemente aparecen casas, algunas tiendas, quizás un hotel, y luego vuelve el paisaje natural sin solución de continuidad.

El desafío de las carreteras islandesas #

Si hay algo que no olvidaré fácilmente de este viaje son los 2.300 kilómetros recorridos al volante. Como única persona que conducía, he de reconocer que algunos tramos se me hicieron eternos, especialmente porque no soy precisamente un entusiasta de la conducción.

La famosa Ring Road (o carretera del anillo), que se supone es la principal vía de comunicación del país, presenta tramos sin asfaltar que resultarían impensables en cualquier otra nación europea. Y si esto ocurre en la vía principal, podéis imaginar el estado de las carreteras secundarias que tuvimos que tomar para acceder a algunos de los puntos de interés más alejados.

La carretera entre Dettifoss y Vesturdalur merece una mención especial en mi particular ranking de "experiencias al volante que no repetiría". Más que una carretera era un sendero pedregoso plagado de baches y socavones que ponían a prueba no solo la suspensión del vehículo sino también mis nervios. Conducir por allí fue un ejercicio de concentración absoluta, con las manos aferradas al volante y la vista fija en cada piedra que podía convertirse en un problema. Llegamos a nuestro destino sanos y salvos, pero la tensión acumulada me dejó físicamente agotado.

Un clima imprevisible que marca el ritmo del viaje #

Viajar a Islandia en agosto no garantiza, ni mucho menos, un clima estable y favorable. Durante nuestra estancia experimentamos prácticamente todas las variaciones meteorológicas posibles, a veces incluso en un mismo día. La lluvia fue nuestra compañera en numerosas ocasiones, desde lloviznas ligeras que apenas mojaban hasta auténticos diluvios que nos obligaron a refugiarnos y modificar nuestros planes.

Algunas de las rutas de senderismo que teníamos previstas tuvieron que ser canceladas debido a la intensidad de las precipitaciones, lo que inicialmente supuso una decepción. Sin embargo, estas situaciones nos permitieron descubrir lugares que no estaban en nuestros planes iniciales y que resultaron ser auténticas joyas.

El viento también jugó un papel protagonista, especialmente en las zonas más expuestas como acantilados y playas. En ocasiones era tan fuerte que caminar se convertía en todo un desafío, pero aportaba una dimensión adicional a la experiencia, haciéndote sentir pequeño frente a la inmensidad de los elementos.

El precio de la belleza: el alto coste de viajar por Islandia #

No podría hacer un análisis completo de mi experiencia en Islandia sin mencionar el aspecto económico. Viajar por este país supone un desembolso considerablemente mayor que hacerlo por otros destinos europeos, y esta diferencia se nota en todos los aspectos del viaje.

Los alojamientos, incluso los más básicos, tienen precios que en otras partes corresponderían a establecimientos de lujo. Las comidas en restaurantes se convierten casi en una extravagancia ocasional, y hasta hacer la compra en un supermercado resulta una experiencia sorprendente cuando ves el precio de productos cotidianos.

Esta realidad económica nos obligó a planificar cuidadosamente cada gasto y a optar por alternativas como preparar nuestras propias comidas siempre que fuera posible. El presupuesto inicial se vio superado a pesar de todas las precauciones, pero creo firmemente que cada corona islandesa gastada ha valido la pena.

Un balance final: Islandia merece cada kilómetro recorrido #

A pesar de las dificultades puntuales con el clima, el reto de las carreteras y el impacto en el bolsillo, el balance de estos diez días no puede ser más positivo. Islandia ha superado todas mis expectativas, ofreciéndome experiencias visuales y sensoriales que permanecerán en mi memoria durante mucho tiempo.

La fuerza de la naturaleza en estado puro, la sensación de estar explorando paisajes que parecen de otro planeta, el privilegio de contemplar fenómenos geológicos activos... todo ello compone un cóctel de sensaciones difícil de encontrar en otros destinos.

Si me preguntaran si recomendaría este viaje, mi respuesta sería un rotundo sí, acompañado de algunos consejos prácticos basados en mi experiencia. Islandia es un destino que requiere preparación, flexibilidad para adaptarse a los cambios de planes que impondrá el clima, y un presupuesto más elevado de lo habitual. Pero a cambio ofrece la posibilidad de conectar con una naturaleza primigenia, de experimentar la sensación de ser uno de los primeros exploradores de territorios vírgenes.

Después de este viaje, regreso con la certeza de haber contemplado algunos de los paisajes más impresionantes de nuestro planeta. Islandia se ha ganado un lugar especial en mi memoria de viajero, y aunque el mundo es muy grande y quedan muchos destinos por descubrir, tengo la sensación de que pocas experiencias lograrán igualar la intensidad de estos diez días recorriendo la tierra de hielo y fuego.

Foto de perfir de Juanjo Marcos

Juanjo Marcos

Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.

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