Han pasado apenas unas semanas desde mi regreso y aún siento el hormigueo de Nueva York en las venas. Es curioso cómo una ciudad puede meterse tan hondo bajo la piel en apenas seis días. Octubre resultó ser un mes perfecto para visitarla: el otoño neoyorquino comenzaba a teñir Central Park con sus tonos dorados y rojizos, mientras la temperatura nos permitía caminar durante horas sin el agobio del verano ni el frío cortante del invierno.
El primer impacto: una ciudad que sobrecoge #
Nueva York es una ciudad que sobrecoge, que abruma con su tamaño, su ritmo y sus contrastes. Cuando el taxi desde JFK se aproximó a Manhattan y vi aparecer ese famoso skyline que tantas veces había contemplado en películas, sentí un escalofrío. Esa sensación de enormidad no me abandonó en ningún momento.
En apenas seis días solo hemos arañado una pequeña parte de lo que Nueva York ofrece. Visitamos algunos puntos emblemáticos como el Empire State, contemplamos los rascacielos de Midtown y paseamos por el Village y SoHo, pero a un ritmo más pausado del que me hubiera gustado. Tengo la sensación de haber visto apenas un pequeño porcentaje de lo que esta megalópolis guarda en su interior, principalmente porque no pude explorar al ritmo que mi curiosidad demandaba. Una semana en Nueva York es como pretender conocer España en un fin de semana: simplemente imposible, y más aún cuando el ritmo no te permite exprimir cada minuto.
Las ventajas y desventajas de viajar con antiguos visitantes #
Viajar en grupo tiene sus ventajas: compartes gastos, risas y experiencias. Resulta reconfortante mirar a los ojos de tus compañeros cuando contempláis juntos la inmensidad desde el Empire State, o cuando os sorprendéis ante el bullicio de Times Square. Hay momentos que se disfrutan más cuando puedes compartir la emoción con alguien cercano.
Pero este viaje ha tenido un factor determinante: mis tres compañeros ya habían estado en Nueva York con anterioridad y, quizás por eso, buscaban una experiencia más relajada. Siendo además mayores que yo, su ritmo era notablemente más pausado que el que mi entusiasmo de primerizo demandaba.
Para ellos era un reencuentro con una ciudad ya conocida; para mí, un descubrimiento que quería devorar a bocados. Mientras yo ansiaba perderme por callejuelas menos turísticas o simplemente caminar sin rumbo para absorber la esencia de la ciudad, ellos preferían experiencias más cómodas y planificadas. No es que fuera malo, simplemente eran formas distintas de viajar que, en ocasiones, chocaban con mi deseo de exprimir cada minuto de mi primera vez en la Gran Manzana.
Los contrastes de una ciudad de película #
Lo que más me impresionó fueron los contrastes. En un mismo día podías pasar de la opulencia de la Quinta Avenida a la autenticidad multicultural de Chinatown o Little Italy. Podías desayunar en una cafetería típicamente americana, almorzar en un deli judío y cenar comida tailandesa de un puesto callejero. Es una ciudad donde las culturas se mezclan sin perder su esencia, donde lo ultramoderno convive con lo clásico y tradicional.
Cada barrio parece un mundo en sí mismo, con su propio ritmo, sus propios olores, sus propios sonidos. El traje ejecutivo de Wall Street por la mañana, el ambiente bohemio de Greenwich Village por la tarde, y la energía incansable de Broadway por la noche. Es como si Nueva York fuera muchas ciudades dentro de una sola, todas ellas fascinantes.
La ciudad que nunca duerme, incluso cuando nosotros sí #
Aunque nuestros días terminaban invariablemente antes de medianoche (otra concesión al ritmo más tranquilo de mis compañeros), pude intuir que el tópico es cierto: Nueva York realmente nunca duerme. Desde la ventana del hotel podía ver las luces de la ciudad brillando incansables, y en nuestros regresos nocturnos, las calles mantenían un pulso vital que contrastaba con la hora de acostarse que marcábamos en nuestro itinerario.
Esta energía constante me resultaba tentadora, casi un desafío. Mientras subíamos a las habitaciones, yo imaginaba lo que estaría ocurriendo ahí fuera, en ese Nueva York nocturno que apenas pude vislumbrar. Una parte de mí se resistía cada noche a cerrar los ojos, consciente de que la ciudad seguía viviendo intensamente mientras nosotros descansábamos.
Momentos memorables y espinas clavadas #
Hay instantes que se han quedado grabados en mi memoria, pequeñas postales que ni el paso del tiempo podrá borrar:
El bullicio vibrante de Chinatown con sus olores, colores y ese caos organizado tan característico. La majestuosidad intimidante de los rascacielos cuando alzas la vista y te sientes diminuto entre esas estructuras colosales. Las vistas panorámicas desde el Empire State, contemplando una ciudad que parece infinita. La luminosidad casi cegadora de Times Square, con sus pantallas gigantes y ese ritmo frenético que te envuelve.
Pero también guardo algunas espinas clavadas, como no haber cruzado el puente de Brooklyn. Lo contemplamos desde South Street Seaport, pero mis compañeros descartaron recorrerlo por considerarlo un trayecto demasiado largo. Ahora lamento no haberme separado del grupo para hacerlo por mi cuenta. Es una de esas decisiones que, con la perspectiva que da el tiempo, habría tomado de forma diferente.
Broadway: luces y sombras de la experiencia teatral #
Una parte significativa de nuestro viaje la dedicamos a Broadway, asistiendo a cuatro musicales: "El violinista en el tejado", "Hairspray", "Sweeney Todd" y "Sweet Charity". La experiencia fue interesante, aunque no todas las obras conectaron conmigo por igual.
"Hairspray" resultó fresca y divertida, con ese ritmo contagioso que te hace salir del teatro tarareando sus melodías. Sin embargo, tanto "El violinista en el tejado" como la versión conceptual de "Sweeney Todd" me resultaron algo tediosas. Quizás necesito más años o bagaje para apreciar estos musicales más maduros y densos. La teatralidad extrema de "Sweeney Todd", con los actores tocando ellos mismos los instrumentos, aunque innovadora, no consiguió mantener mi interés durante toda la función.
Me pregunto si esto no es un reflejo de mi experiencia general del viaje: buscando algo más dinámico y estimulante, mientras me encontraba con propuestas más reposadas y contemplativas de lo que mi ánimo demandaba en ese momento.
El amor a primera vista #
Sin embargo, esta primera toma de contacto con la Gran Manzana ha sido suficiente para enamorarme de ella. Su energía, su diversidad, esa sensación de que todo es posible que flota en el aire... Nueva York es una ciudad que no te deja indiferente, que te atrapa y te hace querer volver.
Es curioso, pero mientras escribo estas líneas ya estoy imaginando mi próximo viaje. Quiero regresar en primavera, cuando los cerezos florecen en Central Park. O quizás en Navidad, para ver la ciudad engalanada y la pista de patinaje en Rockefeller Center. Hay tanto por descubrir aún: los museos que no tuve tiempo de visitar, los barrios que apenas pude explorar, los restaurantes de los que me hablaron y no pude probar...
El inevitable deseo de volver, esta vez a mi ritmo #
Y sí, volveré. Quizás la próxima vez con más tiempo, con un itinerario más personalizado que me permita saborear cada rincón. Porque Nueva York, como buen amante, merece ser degustada sin prisas.
¿Podría haber exprimido más este viaje? Posiblemente. Si pudiera volver atrás, me habría atrevido a separarme del grupo en algunos momentos para seguir mi propio camino. Habría cruzado el puente de Brooklyn aunque fuera solo, habría caminado sin rumbo por barrios menos turísticos, me habría perdido entre callejuelas para encontrarme con la Nueva York auténtica que se esconde tras las postales.
La próxima vez quizás vuelva solo, para poder perderme a mi antojo, para detenerme donde me plazca, para sentarme en una cafetería cualquiera y observar durante horas el ir y venir de los locales. O tal vez con compañeros que, como yo, visiten la ciudad por primera vez y compartan ese deseo de devorarla con toda la intensidad posible.
Lo que tengo claro es que esta primera visita ha sido solo un aperitivo de lo que Nueva York puede ofrecerme. La ciudad y yo tenemos una cita pendiente. Mientras tanto, me quedo con estos recuerdos frescos, con los momentos compartidos junto a mis compañeros y con las ganas de volver a sentir ese hormigueo especial que solo Manhattan sabe provocar.
Nueva York no es solo una ciudad, es un estado mental, una forma de entender la vida. Y de alguna manera, aunque siento que me he dejado mucho por descubrir, me llevo conmigo un pedacito de su esencia, suficiente para saber que volveré.

Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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