Día 3. Un paseo por las alturas entre el High Line y el Rockefeller Center
24 mayo 2018
Amanecía mi tercer día en Nueva York con la ilusión de explorar uno de los espacios más peculiares y sorprendentes de la ciudad: el High Line.
Antes de sumergirme en esta antigua vía ferroviaria reconvertida en parque elevado, decidí asegurarme las entradas para otra experiencia en las alturas que tenía programada para la tarde.
Preparativos matutinos y gestiones prácticas #
Durante el trayecto en metro hice una parada estratégica para reservar entradas al mirador Top of the Rock en el Rockefeller Center. Utilicé mi Sightseeing FLEX Pass y elegí un horario inteligente: las 6 de la tarde. Esta elección me permitiría disfrutar de tres experiencias visuales en una sola visita: el atardecer, la puesta de sol y Manhattan iluminada por la noche.
El High Line: un oasis elevado sobre Manhattan #
Tras resolver el asunto de las entradas, me dirigí hacia el oeste de Manhattan para visitar el High Line, uno de los proyectos de regeneración urbana más admirados del mundo. Este parque lineal de casi 2,5 kilómetros se construyó sobre una antigua vía de ferrocarril elevada que estaba abandonada, transformándola en un espacio verde único que ofrece una perspectiva completamente diferente de la ciudad.
Decidí iniciar mi recorrido desde la entrada norte, en la calle 34, para ir descubriendo el parque gradualmente hasta llegar a su parte más atractiva en el extremo sur. Esta primera sección presenta una gran forma de U sobre una enorme playa de vías ferroviarias. Aunque era una zona todavía en desarrollo, me permitió observar los esqueletos de futuros rascacielos y disfrutar de impresionantes vistas sobre el río Hudson.




A medida que avanzaba hacia la sección central, entre las calles 30 y 20, el encanto del High Line comenzó a revelarse completamente. El paseo discurre entre edificios, permitiéndote estar a escasos metros de sus ventanas, creando una curiosa sensación de intimidad urbana. Me llamaron especialmente la atención los contrastes arquitectónicos: edificios antiguos junto a modernos diseños de vanguardia, como el bloque de viviendas con terrazas curvas diseñado por Zaha Hadid.




Uno de los aspectos más sorprendentes del High Line es la paz que se respira en contraste con el habitual bullicio de Manhattan. Me detuve en varias de las terrazas apartadas del camino principal, equipadas con cómodos asientos que invitan a la contemplación y al descanso. También me sorprendió gratamente el porte de algunos árboles, considerando las lógicas limitaciones que supone plantar vegetación sobre una estructura elevada.
La sección sur del parque, inaugurada en 2009, resultó ser la más emblemática. Aquí se encuentra el famoso anfiteatro con gradas sobre la 10ª Avenida, que te permite observar el tráfico a tus pies a través de un mirador acristalado. Es precisamente esta elevación sobre la jungla de asfalto lo que hace tan especial al High Line.
Entre las calles 15 y 16 atravesé el pasadizo del mercado de Chelsea, un tramo cubierto con puestos de souvenirs y lugares para comer o tomar algo. Más adelante, disfruté de una zona de tumbonas perfecta para relajarse y observar el ir y venir de otros visitantes. La tranquilidad que se respira en este espacio verde elevado contrastaba radicalmente con el ruido constante al que ya me había acostumbrado en el resto de la ciudad.






Chelsea Market y sus alrededores #
Tras completar mi recorrido por el High Line, descendí hacia la animada zona de Chelsea. Pasé por delante del imponente edificio de Google y me dirigí al Chelsea Market, un antiguo complejo industrial reconvertido en un fascinante mercado gastronómico y comercial.
El Chelsea Market ocupa un edificio histórico que en su día albergó la fábrica de galletas Nabisco, donde nacieron las famosas Oreo. Hoy es un paraíso para los amantes de la gastronomía, con decenas de puestos que ofrecen todo tipo de delicias culinarias. Me dejé llevar por el bullicio y los aromas, explorando sus pasillos repletos de tiendas gourmet, restaurantes y puestos de artesanía.
Aproveché para pasear por los alrededores, que forman parte del distrito del Meatpacking, una zona que ha evolucionado de su pasado industrial dedicado a los mataderos y procesamiento cárnico, a convertirse en uno de los barrios más de moda de Manhattan, con boutiques de lujo, galerías de arte y restaurantes de alto nivel.








Una experiencia inesperada: mi participación en el podcast Mürmur #
Entre mis planes para este viaje había incluido una actividad completamente diferente y alejada de los circuitos turísticos habituales. Antes de partir de Bilbao, había descubierto un podcast llamado Mürmur que me llamó poderosamente la atención por su concepto único y arriesgado.
El creador de este podcast, Uluç, llevaba tres años invitando a completos desconocidos a su apartamento en el East Village para mantener conversaciones espontáneas de una hora que luego compartía en su programa. Lo que hacía fascinante esta propuesta era la ausencia total de filtros: cualquier persona que viera sus carteles en las calles de Nueva York podía presentarse en su casa, sin comprobación de antecedentes ni requisitos previos. Un ejercicio de confianza y apertura que me pareció extraordinario en los tiempos que corren.
Movido por la curiosidad y por el deseo de vivir una experiencia auténticamente neoyorquina alejada de los tópicos, contacté con Uluç y concertamos una cita para este día a las 13:00 en su apartamento del East Village. Así que, tras mi paseo por Chelsea y Meatpacking, tomé el metro hacia el este de Manhattan.
Lo que comenzó como una simple curiosidad se transformó en una de las experiencias más enriquecedoras de mi viaje. La conversación, que estaba prevista para una hora, se extendió hasta casi hora y media. Uluç resultó ser un anfitrión excepcional: amable, atento e increíblemente hospitalario. Hablamos de todo: de las diferencias culturales entre España y Estados Unidos, de mis impresiones sobre Nueva York, de mi vida en Bilbao, de sus experiencias con el podcast...
Me impresionó especialmente su genuino interés por conocer otras perspectivas y su valentía al abrir las puertas de su hogar a perfectos desconocidos como acto de fe en la humanidad. En un mundo cada vez más polarizado y temeroso, su proyecto representa un oasis de conexión humana sin prejuicios.
Al despedirnos, sentí que había ganado un amigo al otro lado del Atlántico. Desde aquí quiero expresar mi más sincero agradecimiento a Uluç: tienes un amigo en Bilbao para siempre.
De regreso a Midtown: el espectáculo comercial #
Tras esta enriquecedora experiencia en el East Village, tomé el metro de regreso hacia la frenética energía de Midtown, dirigiéndome hacia Times Square y el Rockefeller Center. El contraste entre la intimidad del apartamento de Uluç y el bullicio de esta zona turística por excelencia no podía ser mayor. En el camino, no pude resistirme a visitar algunas de las tiendas insignia más espectaculares de la ciudad.
La tienda de M&M's, un templo dedicado a estos populares chocolates, me sorprendió con sus colores vibrantes y la posibilidad de personalizar tu propio mix de colores. La Nintendo Store resultó ser un paraíso para los amantes de los videojuegos, con zonas interactivas donde probar las últimas novedades y una impresionante colección de merchandising. Por último, la LEGO Store me dejó boquiabierto con sus enormes esculturas hechas con las famosas piezas de construcción, incluyendo una recreación de edificios emblemáticos de Nueva York.



La Catedral de San Patricio: un remanso neogótico #
Continuando mi paseo por la Quinta Avenida, me encontré frente a la majestuosa Catedral de San Patricio, una joya arquitectónica que merece sin duda una visita pausada. Este impresionante templo católico, construido entre 1858 y 1878 según los diseños del arquitecto James Renwick Jr., es considerado el mayor y más decorado edificio de estilo neogótico de Norteamérica.
Lo que más me impactó al contemplarla fue el dramático contraste entre su fachada de mármol blanco de Tuckahoe y los modernos rascacielos de cristal y acero que la rodean, especialmente el Rockefeller Center justo enfrente. Este diálogo entre lo antiguo y lo moderno, lo espiritual y lo comercial, representa perfectamente la esencia de Nueva York.
Al cruzar sus puertas de bronce, un silencio reconfortante me envolvió. La luz filtrada a través de sus magníficas vidrieras de colores creaba un ambiente místico que invitaba a la contemplación. El interior, con capacidad para 2.400 personas, sorprende por su amplitud y por la altura de sus bóvedas de crucería que alcanzan los 100 metros, sostenidas por columnas de mármol.
Me tomé mi tiempo para admirar el altar mayor tallado en mármol de Carrara, el órgano con más de 7.000 tubos, y la Piedad situada detrás del altar, que es ligeramente mayor que la famosa escultura de Miguel Ángel en el Vaticano. También me detuve ante las numerosas capillas laterales dedicadas a diferentes santos, algunas decoradas con bellísimos mosaicos venecianos.
Tras este paréntesis espiritual, regresé al mundanal ruido neoyorquino con una sensación renovada, listo para mi siguiente aventura en las alturas.


Top of the Rock: Manhattan a mis pies #
Cuando el reloj marcó las seis de la tarde, me dirigí puntual a mi cita con las alturas en el Top of the Rock. Tras un ascenso rápido en ascensor, emergí en el mirador para encontrarme con una de las vistas más impresionantes que jamás había contemplado.
A diferencia del Empire State, el mirador del Rockefeller Center ofrece una perspectiva única: puedes ver Central Park en toda su extensión hacia el norte, y hacia el sur, el propio Empire State Building forma parte del panorama, algo imposible de apreciar si estás dentro de él.





Decidí esperar pacientemente hasta el atardecer. A medida que el sol comenzaba a descender, los rascacielos se bañaban en tonos dorados y la ciudad parecía transformarse ante mis ojos. La concentración de visitantes aumentó considerablemente durante este momento mágico, todos intentando capturar la perfecta postal neoyorquina. Aunque resultaba difícil encontrar un hueco privilegiado, la paciencia fue mi mejor aliada.


La verdadera magia ocurrió cuando la oscuridad comenzó a envolver la ciudad. Poco a poco, Manhattan se convirtió en un océano de luces titilantes. Los rascacielos, ahora iluminados, dibujaban una silueta espectacular contra el cielo nocturno. La experiencia de ver Nueva York completamente iluminada desde las alturas es algo que quedará grabado en mi memoria para siempre.



Times Square de noche: la apoteosis luminosa #
Tras despedirme del mirador, no podía concluir la jornada sin volver a Times Square para contemplarlo en su momento más espectacular: la noche. Si durante el día esta plaza es impresionante, cuando cae la oscuridad se convierte en una experiencia sensorial difícil de describir.
Las enormes pantallas publicitarias crean un día artificial en este cruce de calles, iluminando los rostros de miles de visitantes que, como yo, miraban hacia arriba completamente hipnotizados. El despliegue de luces, colores y movimiento genera una sensación de estar en el epicentro de la energía mundial.
Tras absorber esta última dosis de estímulos visuales, el cansancio empezó a hacer mella. Cerca de la medianoche, emprendí el regreso a mi alojamiento, con la satisfacción de haber vivido un día completo de contrastes: desde la tranquilidad elevada del High Line hasta la explosión sensorial de Times Square nocturno, pasando por las vistas sublimes desde el Rockefeller Center y el remanso espiritual de la Catedral de San Patricio.





Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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